4 mayo, 2024
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Daniel Saldaña París: “Me interesa la condición de los hijos como espías de los padres”

Daniel Saldaña París. Foto: Prensa.

Los tres protagonistas de “El baile y el incendio”, la novela de Daniel Saldaña París que fue finalista del Premio Herralde, habitan la ciudad mexicana de Cuernavaca entre desorientados y deseantes de encontrar un cambio, un corte con sus vidas, diversas y al borde de un quiebre, y los reencuentros que establecen amplifican sus perspectivas para intentar proyectarse en otro sentido o, al menos, en uno más desafiante.

Natalia, con una separación que no llega a consumar pero que diagrama; Erre, con una separación consumada que lo dejó sin estructura; y Conejo, el personaje que no se fue de la casa familiar primaria y asiste a un padre que quedó ciego. Los tres se reencuentran o intentar concretar un reencuentro mientras los rodeos para eso los van dejando expuestos en sus miedos, faltas de deseos o intentos de fuga.

Saldaña París dice que siente cercanos a estos personajes y la clave con la que los pone en una serie es la de ser hijos que todavía no han sido padres. Esa condición de hijos los hace, por distintos motivos y circunstancias, volver a vivir con sus padres. En el medio de un escenario apocalíptico, que incluye incendios que vuelven irrespirable la ciudad que habitan, los personajes de esta novela editada por Anagrama se mueven en una atmósfera aplastante.

“La pandemia nos hizo trasladarnos al mundo de la virtualidad y yo ensayaba un apocalipsis con más cuerpo, de hecho es un apocalipsis del baile”

Desde Nueva York, donde llegó por una beca que le permitirá escribir su próxima novela, el escritor, poeta, traductor y editor dialogó con Télam y señala que lo que atraviesa a esta historia es una reflexión sobre el cuerpo de manera especular “desde el éxtasis y el dolor como formas de pérdidas de control”.

-Télam: La novela tiene algo apocalíptico, ¿ese escenario ya estaba decidido o influyó la pandemia?
-Daniel Saldaña París: Es un escenario que ya estaba y parte de la temporada de incendios de la primavera de 2019 que en México pegó muy fuerte. Se empezaron a incendiar también Australia, California. Me impresionó el centro del país cubierto de humo. Después llegó la pandemia y se nos volvió un apocalipsis más llamativo y evidente y un poco se nos olvidó lo de la temporada de incendios. Estaba estudiando sobre las epidemias de danza unos años antes (N.d.r la plaga del baile que cobró miles de vidas en la Europa del siglo XVI) y con llegada de la pandemia todo se aceleró, empecé a sentir que todo tenía sentido y al final es un apocalipsis distinto al de la pandemia porque tiene más cuerpo. La pandemia nos hizo trasladarnos al mundo de la virtualidad y yo ensayaba un apocalipsis con más cuerpo, de hecho es un apocalipsis del baile.

-T: Las tres voces son bien distintas pero la primera que leemos es la de Natalia, ¿hubo alguna que apareció primero?
-D.S.P: Cronológicamente empecé primero con la sesión de Erre, lo dejé unos meses y luego tuve más claro que necesitaba esa otra voz que era la de Natalia y escribí toda su sesión de corrido. El cuerpo era una especie de reflexión medio ensayística que quería que atravesara la novela. Sabía que un tema era la posesión del cuerpo, diferentes formas de posesión que podían ser el dolor, como una especie de expropiación o el control del cuerpo, o esos estados casi místicos que están entre la locura y el éxtasis y la brujería, que tienen más que ver con las exploraciones de Natalia. Había una reflexión sobre esa manera especular del éxtasis y el dolor como formas de pérdidas de control del cuerpo. En la tercera parte, la de Conejo, me interesaba construir una especie de personaje que fuera una voz que habla por sí mismo pero también por el padre. Es casi invitar a otro a ocupar el cuerpo, los ojos. Conejo se convierte en los ojos del padre pero de una manera más voluntaria y amable.

-T: Los tres protagonistas son hijos que tuvieron que instalarse en la casa de sus padres. Conejo nunca se fue pero los otros dos se ven casi obligados a replegarse en esas casas familiares.
-D.S.P:
Es otro de los temas que no fue tan planeado pero que terminó apareciendo en la novela. Tiene que ver con ese momento vital donde muchas personas de mi generación y de la de mis personajes tienen hijos y los que no tuvimos empezamos a quedar rezagados, entonces hay una sensación de ser nosotros los hijos perpetuamente. Si no te conviertes en padre o madre es mucho más evidente esa filiación y entonces es algo que se me terminó imponiendo como tema y que en el fondo es de lo que termino hablando en mis novelas, de la condición de hijos e hijas y las incomodidades que esto supone. Los hijos que no quieren ser hijos se vuelven cada vez más chistosos. Es una especie de revuelta que pierde cada vez más sentido.

Saldaña París: “Me gusta el carácter medio anónimo de la edición y la traducción”

La edición y la traducción son dos oficios en los que se apoya Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) a la hora de sostener su vínculo con la escritura y los valora porque le permiten dar un paso atrás para “dejar que hable esa voz y tratar de que mantenga toda su potencia”, dice.

Traductor al español junto a Valeria Luiselli, de “Desierto sonoro”, la novela que la autora, también mexicana, escribió primero en inglés, el ganador del Premio de Literatura Eccles Centre & Hay Festival, dialogó sobre estos dos oficios que desarrolla en paralelo a la escritura.

-T: Fuiste traductor de “Desierto sonoro”, ¿cómo fue ese trabajo en conjunto con la autora?
-D.S.P: Es una escritora de mi generación, la he leído desde que empezó a publicar. Haber traducido “Desierto sonoro” es la forma más cercana de lectura, lo lees una y otra vez con lupa. “Desierto sonoro” fue además una guía porque a medida que iba leyendo me propuse leer todos los libros a los que hacía referencia y eso terminó configurando un universo mas allá de “Desierto sonoro”, que obviamente cambió mi forma de leer y de escribir. Además de ser una actividad solitaria siempre hay algo colectivo que me hace estar en diálogo con autores y autoras de mi generación, por ejemplo, “Diario pinchado”, de Mercedes Halfon, tiene algo que resuena mucho en mí, sobre el que vuelvo y con el que me siento muy identificado.

-T: Traducción y edición son tareas que van en paralelo a la escritura. ¿Cómo las fuiste asumiendo?
-D.S.P: La edición fue un poco mi escuela, empecé a a los 19 años cuanto entré a trabajar en Letras Libres y siempre trabajé en editoriales, es mi forma de empezar a trabajar los textos. Aprendí a verme con cierta distancia y a ver con distancia mis propios textos. Soy un traductor muy lento y no traduje muchos libros: el de Valeria Luiselli, una colección de crónicas sobre América Latina de Jon Lee Anderson y ahora va a a salir en México y Argentina “Monkey Boys”, de Francisco Goldman, que es una novela bellísima que quedó finalista del Pulitzer. Estos libros son de Estados Unidos pero en relación con México o con América Latina: Valeria es mexicana, Anderson es americano pero escribe sobre un territorio que conoce perfectamente, Goldman es un autor guatemalteco que habla de esa identidad partida que se siente muy cercano a la identidad latinoamericana. Los siento a los tres muy cercanos a mis intereses. Me gusta mantenerme en el universo de lecturas que frecuento.

-T: ¿Qué diferencias advertís en el trabajo con un autor o autora editándolo o estando a cargo de la traducción?
-D.S.P: Es muy distinto pero en los dos casos me interesa mucho el paso atrás que hay que dar, dejar que hable esa voz y tratar de que esa voz mantenga toda su potencia. Me gusta el carácter medio anónimo que tienen las dos tareas, aunque el traductor es también un autor y es importantísimo que se le de reconocimiento y crédito en portada, pero hay un gesto de humildad en poner la prosa y el oficio al servicio de una serie de ideas y de una voz que no es la propia y eso es algo que me gusta. Me sirve mucho también, no lo dejaría de hacer nunca. Aunque sea un oficio mal pagado medio tortuoso por momentos me sirve para afrontar la escritura de otro modo. Me da también mucha tranquilidad, sobre todo la traducción. Si no escribo me da mucha ansiedad pero si traduzco estoy muy tranquilo porque es casi como si hubiera escrito, llené muchas páginas encontré soluciones verbales y no tuve que ponerme tan en juego con mi historia personal y mis emociones. Ese es el efecto placebo de la traducción. La edición la hice por necesidad, es el camino profesional que elegí mal que bien y la disfruto mucho, sobre todo la de poesía que es lo que más he editado. Me sirve mucho sentirme vinculado con la poesía que escriben ahora, incluso más que con narrativa, busco estar al tanto de lo que se escribe en poesía. Ahí hay un pulso del aire de la época y una forma de empujar el lenguaje hacia sus limites.

-T: ¿Cómo te reconocés como autor en el trabajo con el editor?
-D.S.P: La experiencia de haber editado libros y revistas me hace más consciente del carácter colectivo de la producción, me dejo editar y soy muy abierto a cualquier tipo de feedback, retroalimentación y corrección que me propongan. He tenido la buena suerte de tener editores y editoras muy acuciosos, cuidadosos en la forma de enunciar lo que proponen.

-T: En esas convivencias un poco obligadas, los dos varones son los que logran analizar, entender más a esos padres, sus decisiones, sus frustraciones, o hacen el esfuerzo. Pueden ver cómo fueron como parejas en relación a las madres.
-D.S.P: Una escritora amiga me decía que los hijos son como una especie de espías de los padres. Hay algo muy paranoico en esa imagen pero es totalmente cierta. Los padres siguen adelante con su vida y casi no ven a los hijos porque son una especie de extensión pero los hijos a medida que toman más distancia y conciencia de los padres se convierten en una especie de espías, tienen una condición privilegiada para narrar. Es una mirada cercana pero a la vez distante que te permite analizar lo que sientes respecto a los seres extraños que están ahí en tu casa en una etapa de tu vida. Es una condición que me interesa la de los hijos espías. Luego claro me interesan las relaciones de pareja. Natalia es el personaje más autobiográfico de la novela porque es con quien más me identifico en términos de cómo ve el mundo, la centralidad de su proyecto creativo en relación al resto de su vida, una especie de desconfianza del vínculo amoroso al que no renuncia sino que busca maneras de reactivar la ternura. Me interesa también la ambigüedad que hay en un vínculo que es amistoso y erótico entre los tres. Es una especie de triángulo erótico pero también amistoso. Tengo vínculos amistosos, eróticos, muy confusos todo el tiempo y me interesa pensarlos activamente.

-T: También están los grados de desconocimiento que implican a una amistad. Así describe Conejo a Natalia, como alguien que siempre tiene algo esquivo. ¿Ella parece ser la que más puede marcar esa distancia con los dos, no?
-D.S.P: Creo que es el personaje que tiene más control de cómo se muestra ante los otros, qué tanto entrega o se guarda para sí misma. Los otros están un poco más en carne cruda, se ofrecen de una manera más vulnerable. Hay algo de la relación entre los tres que me interesaba y es que en ese triángulo siempre hay un lado desconocido de nosotros y es algo que pasa en la amistad. Jugamos un poco nuestras personalidades en relación a las amistades y me interesa ese punto ciego de las personas en sus relaciones.

-T: La novela puede leerse en diálogo con “Poeta chileno”, de Zambra, y “Los llanos”, de Falco, parecen ficciones en las que los protagonistas se hacen cargo de lo sentimental.
-D.S.P: Leí “Poeta chileno” cuando salió y con Zambra siento mucha admiración, más que afinidad. Es uno de los autores con los que siento más vínculo e interés. Con Falco, por “Los llanos”, fuimos los dos finalistas del mismo premio, me siento muy vinculado con ese espacio rural y ese salirse de la ciudad. Esa parte de hacerse cargo de lo sentimental y de las dimensiones de los personajes.

-T: ¿Ahora estás trabajando cuentos o novela?
-D.S.P: Creo que novela, soy muy mal cuentista. Lo de los “Aviones sobrevolando un monstruo” no sé muy bien qué es, son ensayos personales o crónicas. Leo mucho al cuento como género, lo admiro pero no me siento tan cómodo al escribirlo. En cambio la novela ensayística siento que me da más tiempo de desarrollar algunos temas, investigar más a fondo. Creo que terminará siendo novela con su buena dosis de no ficción.

La escritura de Saldaña París: una relación con las ciudades entre la curiosidad y el hartazgo

El escritor mexicano Daniel Saldaña París retoma en su obra las formas de habitar las ciudades atravesadas por la poesía y la lectura y en su novela “El baile y el incendio” la ciudad central es Cuernavaca, un lugar que conoce muy bien porque vivió cerca en una etapa de su vida y fue el lugar al que volvió a vivir cuando la pandemia se instaló en el mundo.

“Estoy hace un par de meses aquí, no viviría en Nueva York en ninguna otra situación, como estudiante me costaría mucho, es una ciudad muy cruel y carísima pero me dieron esta beca de la Biblioteca Pública con acceso a una una oficina y puedo trabajar ahí. Tengo muchos amigos acá, latinoamericanos y como México está muy cerca tengo bastantes contactos también”, expresa el también autor de “La máquina autobiográfica” y “El nervio principal”.

-T: Trabajaste el Método universal de poesía que era un proyecto que consistía en cruzar poesía con un recorrido por la ciudad y justamente la forma de habitarla, sobre todo de recorrerla, está muy presente en esta novela y otros trabajos tuyos.
-D.S.P: Es lo que estoy trabajando en el siguiente libro. Me sigue interpelando más la ciudad que los espacios rurales, a pesar de que crecí siempre en una especie de vaivén. Vivía en Ciudad de México a veces pero me iba a una zona más despoblada, cerca de Cuernavaca, en un pueblito en las afueras. Siempre me he relacionado con las ciudades con una especie de curiosidad que de repente se convierte en hartazgo. No puedo pasar mucho tiempo ahí sin que me repela y al mismo tiempo cuando estoy fuera, termino necesitando las ciudades. Me gusta lo barroco que tienen, la saturación de símbolos y de referencias que hay, la cantidad de pliegues de cada esquina. Hay algo de palimpsesto simbólico que me sigue interesando mucho como método narrativo además. Me encantaría construir un libro en el que se forme algo parecido, donde se cruce la ficción, la memoria, lo político pero también lo puramente emocional y los recuerdos personales.

-T: ¿Cómo se fue modificando la forma de habitar el espacio público urbano después de la pandemia?
-D.S.P: Cambió mucho. Todos nos encerramos un bien tiempo y cuando salimos de nuevo había un doble movimiento: una especie de vértigo de volver a encontrarse en los espacios públicos y una avidez de contacto e interacción que no dejaba de ser medio confusa y temerosa. Ese tiempo que pasé en Cuernavaca, un aislamiento un tanto radical ya que no tengo amigos allí, no veo gente y una parte de la pandemia la pase muy aislado conviviendo con plantas y animales, hizo que el regreso a los espacios de las ciudades me haya costado. Regresé de una manera más honesta. Antes me sentía más obligado a mantener una especie de personaje social que la pandemia erradicó por completo. Ahora soy más vulnerable y más yo mismo. Es como si se me hubiese olvidado esa careta o ese personaje que antes tenía. Esa sensación terminó trasladándose a los personajes.

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