29 marzo, 2024
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“En una novela el horizonte lo definís vos: sos tu propio viaje o tu peor carcelero”

Foto: Víctor Carreira

En la primera novela de la guionista Virginia Martínez, “Una vez siempre”, dos adolescentes con miradas culturales distintas se descubren en una Argentina que va de un final político a un nuevo comienzo, y aparece la potencia de una narradora que tiene mucho para decir, sabe cómo hacerlo y considera que “siempre que se construye un vínculo, hay posibilidades para el amor”.

Publicada por Metrópolis Libros, el Puente Pueyrredón es un lugar emblemático porque es el escenario de un gran amor, cuando los protagonistas de esta historia, Melanie Rodríguez, “La Mela”, y Luca se conocen “todavía no había ocurrido la masacre de Avellaneda”, advierte Martínez a Télam. La novela transcurre entre el 89 y el 90, durante el final del gobierno de Ricardo Alfonsín y el comienzo de Carlos Menem.

La diferencia entre escribir un guión y una novela “es la libertad”, dice la autora, para quien hay una ilusión en torno al rol de las autoras y autores de televisión: “Las y los guionistas, normalmente, desarrollamos productos cuyos perfiles no definimos. Rara vez en Argentina un autor desarrolla, escribe y ejecuta su propia idea; hay excepciones, por supuesto, pero no es lo usual”.

Foto Vctor Carreira
Foto: Víctor Carreira

-Télam: ¿Qué diferencia hay entre escribir para la TV o las plataformas y para una novela?
-Virginia Martínez:
En la industria audiovisual se trabaja generalmente por encargo, se desarrolla y se le da carnadura a un disparador o -en el mejor de los casos- a una idea que viene preconcebida, y el trabajo consiste en posibilitar la reproducción de un sentido común, de un discurso hegemónico (incluso, a veces, cuando pretende presentarse como lo contrario). Ese perfil, diseñado por las plataformas, no afecta sólo los contenidos sino también las estrategias narrativas: cómo se cuenta lo que se cuenta. Al sentarte a escribir una novela, en cambio, el horizonte de posibilidades lo definís vos: sos tu propio viaje, o tu peor carcelero.

-T: Tu novela conecta afectivamente dos mundos distintos.
-V.M:
Te voy a contar algo: me tocó presentar la novela un 26 de junio, de casualidad, cuando se cumplían 20 años de la masacre de Avellaneda, del asesinato de Kosteki y Santillán. Y como me gusta darle bola a los accidentes, en la presentación elegí empezar hablando de esa fecha. Es fácil (porque es orgánico) hablar de eso, por ejemplo, en un acto o en una asamblea. Pero yo iba a presentar mi primera novela frente a bastante gente, entre la que había pandemials, milennials, centennials… y contemporáneos que no necesariamente comparten mis ideas políticas. Y yo lo sabía. Y también sabía que ignorar deliberadamente ese hecho suponía, de mi parte, un ejercicio violento: yo tenía el micrófono, yo los había convocado, y ahí estaban, acompañándome, amorosamente. Entonces, en esas circunstancias, yo tenía la responsabilidad de recordar lo que consideraba ineludible y, al mismo tiempo, la responsabilidad de que ese gesto lograra interpelar, interesar y de alguna manera incluir, comprometer, a los que estaban ahí; porque de lo contrario, además, no iba a ser eficaz.

Foto Vctor Carreira
Foto: Víctor Carreira

-T: ¿Por qué no iba a ser eficaz?
-V.M: La polémica en torno a la efectividad en la relación práctica artística-acción política no es nueva y la eficacia de un texto se determina en contexto. Por ejemplo, tematizar la pobreza, hoy, como hecho estético, ¿sería eficaz? ¿Serviría de algo, más allá de servirle a un artista para escalar posiciones dentro de su propio campo o para definir su perfil artístico?

-T: ¿Te seguís haciendo esas preguntas?
-V.M: Claro, sigo haciéndome esas preguntas. Lo que hice, entonces, este último 26 de junio, fue una invitación. El Puente Pueyrredón es símbolo de lo que divide la provincia de la capital, pero a mí me gusta pensarlo como una posibilidad de conexión, como un puente que vincula a unas personas con otras, porque siempre que se construye vínculo, hay posibilidades para el amor. Y necesitamos tiempo para eso. Tiempo para mirarnos, para conocernos, para compartir nuestras historias. Y es lo que menos tenemos: tiempo. Eso no es una casualidad. Por eso elegí empezar así la presentación, hablando del tiempo y de la historia, de un mundo al que le sobra horror y de que nos debemos a nosotros, y a los que vienen, oponerle al espanto millones de próceres vivas y vivos, en caballos de escoba, haciendo la revolución del amor.

-T: ¿Cuáles son tus referentes literarios?
-V.M: Mi vínculo con la literatura se remonta a mi infancia, justo estoy mudando mi escritorio y encuentro una edición de “La sirenita y otros cuentos”, de Andersen, del 72 que es una belleza; “El principito”; “La historia interminable”, un libro de cuentos tradicionales rusos; una “Antología del cuento infantil”, de Elsa Bornemann, que era mi ídola absoluta; María Elena Walsh; el “Miguel Strogoff” de Julio Verne; muchos libros de fábulas (“El pájaro belverde”, de Italo Calvino, a un paso de la desintegración)… Iba a una escuela con un fuerte compromiso con la literatura.

Foto Vctor Carreira
Foto: Víctor Carreira

-T: Y a eso se sumaban tus padres actores, Cristina Lastra y Oscar Martínez.
-V.M.: Exacto. Mis viejos trabajaban de noche porque hacían teatro y como no me gustaba que se fueran lo que aparecía a la mañana siguiente de manera compensatoria era un libro. Y así empecé a desarrollar el hábito de armar colecciones. Completar una colección era la felicidad. A los 12 empecé a leer a Sábato, porque a mi viejo le gustaba mucho y a mí me gustaba mucho imitar a mi viejo. Entonces me paseaba con “Sobre héroes y tumbas” por todos lados o con “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, hubo mucha literatura latinoamericana en mi adolescencia, y ahí fue que me convertí en ladrona de libros: de noche abría la biblioteca que había en mi casa (porque tenía puerta esa biblioteca) y me afanaba lo que quería tener conmigo, de manera que fui armando en mi pieza una especie de biblioteca parásita con libros y revistas cuyo contenido no entendía, pero que me gustaba tener cerca. Mis viejos no eran intelectuales académicos, pero sí gente formada y vinculada al ámbito de la cultura, algo muy de esa generación, una clase media sin un mango pero con una vida cultural muy nutrida. Entre la adolescencia y la juventud dejé de leer ficción, recién entrando a los 30, luego de haber sido mamá, la retomé y se lo debo a mi hijo, probablemente, por recordarme que una escoba puede ser un caballo y que esa certeza proporciona una gran felicidad.

-T: ¿Creés que gran parte de las ideas de escritura se generan en los primeros años de vida?
-V.M:
Los primeros años de nuestras vidas son juego, ¿no? Cuando hay condiciones para ser niño no hay dudas de que una escoba es un caballo y de que ese caballo puede tener piel de rana y orejas de colibrí. O de que para mantener una conversación telefónica basta con apretar la mano contra la mejilla, bien fuerte, porque cuanto más se hunde la mano en el cachete, mejor se escucha. Eso es el mundo, en los primeros años, en condiciones dignas de existencia. En ese sentido sí, esa es nuestra primera aproximación a la ficción y una usina de recursos para, más adelante, interpretar la realidad, soportarla, evadirse, hacerla explotar o hacerla libro, que puede ser lo mismo, si querés.

Foto Vctor Carreira
Foto: Víctor Carreira

-T: La música tan presente en la novela ¿qué lugar ocupa en tu mundo creativo?
-V.M:
Imaginate un oso panda intentando esconderse en un zapato. La música es el oso, mi mundo el zapato.

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