30 abril, 2024
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Ernesto Castro: «Se necesita saber mucho para empezar a dudar»

Ernesto Castro (Madrid, 1990) nos citó para esta entrevista en un cementerio de Madrid. «Es bastante fotogénico para el tema del libro», argumentó. Apareció vestido de negro de arriba abajo, con un aire de escritor romántico o protagonista de ‘ Matrix‘, que viene a ser lo mismo, en el fondo: gente al borde de algo que habla de lo trascedente, una cierta fe en el gesto y la ficción, en la imagen. El filósofo –eso es él– acaba de publicar ‘Jantipa o Del morir‘ (Temas de hoy), la primera novela de una trilogía platónica en la que, a través del diálogo, aborda un asunto sobre el que no tiene una respuesta pero sí mucho que decir. En

 otras palabras: un ‘Fedón’ para el siglo XXI. Una obra muy cercana al teatro en la que resucita a cinco filósofas en los barracones femeninos de Auschwitz para ponerlas a debatir hasta que sale el sol. Porque en ese límite que es la cámara de gas se resumen las grandes cuestiones de la existencia.

—¿Cómo nace este proyecto?

—Empezó siendo un ensayo académico que se iba a titular ‘Notas a Platón’, pero me di cuenta de que no sabemos qué pensaba Platón, realmente. Y de que Platón es sobre todo un gran dramaturgo. Se ha hablado muchas veces del conflicto entre la poesía y la filosofía, de la expulsión de los poetas de la República, pero lo que no se señala tan a menudo, porque es evidente, es que Platón es uno de los mejores poetas de la antigüedad. Es posiblemente el mejor prosista en griego clásico. Hay unos pasajes líricos en algunos de sus diálogos que alcanzan niveles que ni Píndaro ni Safo ni Sófocles. Es la paradoja del gran poeta antipoético… Lo que me interesó al final fue no tanto hacer unas glosas o unas interpretaciones de Platón sino unos textos inspirados en Platón. Primero este ‘Jantipa’, que está fielmente apegado al Fedón. Y luego los otros dos: ‘Lastenia o Del saber’ y ‘Perictione o De la libertad’, que tienen una inspiración más laxa en ‘Fedro’ y ‘Banquete’.

—¿Es el diálogo la mejor forma de escribir filosofía?

—El método filosófico por excelencia, que es el dialéctico, se expresa mejor que en ningún otro formato en el diálogo. Es un gran formato para tratar problemas sin solución, como son normalmente los de la filosofía. Para mí la muerte es un problema abierto más que un tema que se pueda abordar y resolver en un tratado sistemático.

—Entonces, ¿se puede hacer filosofía con la literatura?

—Yo diría que la filosofía está situada en una constante tensión entre la poesía y la ciencia, y no llega a ser la ciencia buscada de Aristóteles pero tampoco se queda en la mera retórica. Y ahí es justamente donde está situado Platón. En la pretensión de ‘cientificidad’ que no obstante requiere de la poesía y del mito (a pesar de negarlos) para exponer las ideas. Las ideas más presuntamente profundas de Platón no las puede exponer sino por medio de metáforas, de alegorías, de símiles, siendo él presuntamente el creador de ese ideal de la filosofía como ciencia y como disciplina académica.

—¿Por qué empieza todo esto con la muerte?

—Es un tema que aparentemente ha quedado apartado de la filosofía ‘mainstream’. Parece que es demasiado sentimental, o que forma más parte de la teología que de la filosofía. Pero yo creo que un tema fundamental de la filosofía es enseñar a vivir bien. Y no se puede enseñar a vivir bien si no se enseña a morir bien, porque ese es uno de los elementos inevitables de la vida. Puedes tener un trabajo o no tenerlo, tener hijos o no tenerlos, pero que te vas a morir es seguro. La filosofía no puede dejar de preguntarse por el más allá. Y si te preguntas por el más allá, en la tradición cristiana inevitablemente surge la cuestión de la existencia o no de Dios. La propia figura que tomo como central en la novela, que es Edith Stein, con su conversión al cristianismo, daba pie a este tipo de debate y reflexiones.

—No solo la filosofía ‘mainstream’ ha ignorado este asunto: parece que la sociedad misma tiene miedo a la muerte.

—Hay muchos análisis a este respecto. La sociedad actual, con el culto a la juventud y al progreso, tiene un miedo a la muerte total, que purga por la vía de su ocultamiento. Lo hemos visto perfectamente durante esta pandemia: cómo los muertos eran invisibles. Los muertos morían dos veces: morían físicamente y luego morían espiritualmente, en el sentido de que no tenían un espacio. Socialmente, salvo gestos vacuos como mantener un fuego vivo en mitad de la Gran Vía, no ha habido espacio apenas para los difuntos. La muerte ha sido doble, primero física y luego espiritual. La muerte en el recuerdo y la memoria.

—Le habrá influido la pandemia a la hora de escribir, claro.

—Es que es el gran acontecimiento histórico que ha vivido nuestra generación: es inevitable que nos influya… Esperemos que sea así, porque sabemos que la historia no se lleva muy bien con la vida [ríe].

—Hay un punto teatral en su escritura…

—La forma en la que yo abordo el diálogo bebe mucho de ciertos dramaturgos: Antonin Artaud, Bertol Bretch, o más recientemente en España Angelica Lidell y Rodrigo García, que han sido figuras clave, cruciales para actualizar el formato del diálogo.

—¿También hay filosofía en el teatro?

—El teatro, probablemente mucho más que otros géneros literarios, se presta al tratamiento filosófico. Y es curioso que en una época de distanciamiento social, donde ese arte tiene tantas dificultades para salir adelante, está habiendo una recuperación del teatro, incluso en generaciones jóvenes de escritores, que es muy curiosa y singular. Algo parecido ocurre con el ‘podcast’… Al final, el mero acto de la interlocución y la conversación, que es en lo que se basa tanto la radio como el teatro, están renaciendo paradójicamente en la época de internet.

—Por cierto, ¿cree que la teología, como la muerte, es una materia olvidada por nuestro tiempo?

—Más bien al contrario: está cobrando una vigencia cada vez mayor. En los últimos treinta o cuarenta años ha habido un renacimiento del pensamiento teológico y de la teología racional. Una vuelta a estas cuestiones. Los autores del realismo poscontinental, aparentemente tan alejados de estas cuestiones, cuando hablan de política y de ética muchas veces están hablando de cuestiones teológicas. El padre de esta corriente, la más importante y renovadora del siglo XXI, Quentin Meillassoux, plantea una ética de la inexistencia divina. La idea es la siguiente: Dios no existe, pero cualquier proyecto político que quiera ser verdaderamente revolucionario, y por lo tanto no solamente redimir a las generaciones presentes y futuras, sino también a las pasadas, necesita inevitablemente de la idea utópica de la resurrección y el juicio de los muertos. Su proyecto político es la confianza en la aparición de un Dios que venga a redimir a los vivos y a los muertos. Puede parecer un poco loco, pero estamos hablando de uno de los filósofos vivos más importantes.

—¿Más allá de Edith Stein, que viene a ejercer de Sócrates en su novela, cómo hizo la selección de personajes?

—Jantipa es el único personaje femenino que aparece en el ‘Fedón’, y es expulsada porque se considera que las mujeres no son lo suficientemente válidas para enfrentarse a la muerte. Ha pasado a la historia como una figura llorica, quejica; pija, básicamente. Así que era la figura con la que tenía que abordar el asunto de la muerte sí o sí. Y después quería tres perfiles distintos. Un perfil materialista, comunista, de izquierdas, que podríamos equiparar al feminismo y a la teoría de género presente, que es Charlotte Elbo. Por otro lado, Eda Margoluis, que tenía una orientación más liberal, y a la que yo equiparo a una posición más bien kantiana, protestante. Y Philomena Frantz, que siendo gitana, tenía unas ideas místicas que yo asocio bastante al asunto del panteísmo y la propia doctrina platónica.

—Hay algo bonito al final, y es que ellas discuten acaloradamente, a veces a gritos, pero se despiden con un abrazo muy noble, reconociéndose iguales. ¿Es una utopía eso?

—La gran contribución de la filosofía al ethos público es la separación de la obra respecto del autor. O de la opinión respecto del opinador. Y así puedo estar perfectamente en desacuerdo contigo y no obstante respetarte como interlocutor. De hecho, no podría debatir contigo y tomarme en serio tus opiniones si no te respetara como interlocutor. Esa es una de las grandezas del diálogo platónico. Muchos dicen que está asociado al propio contexto ateniense, pero la propia ejecución de Sócrates demuestra que los atenienses no eran tan tolerantes, tan abiertos al diálogo, tan susceptibles de separar la obra del autor como nosotros nos imaginamos. El ágora de Atenas era un mercadillo para quien estaba allí vendiendo lo suyo y había un loco del pueblo que era Sócrates que le daba por ponerse a dialogar. Y el diálogo era tan infrecuente entonces, tan utópico, como ahora. Y tan inevitable. Porque los que se pelean se desean. Se está dialogando incluso con aquellos con los que se piensa que no se comparte ninguna premisa. De hecho, hay veces que las generaciones se definen más por sus antagonismos que por sus confluencias.

—Volviendo al principio, ¿por qué nos empeñamos en enseñar a Platón como el creador de un sistema filosófico y no como un debate lleno de matices?

—Por simplificación pedagógica, porque es mucho más fácil enseñar a los alumnos que dos más dos son cuatro como dogma que intentar demostrarlo matemáticamente. Las conclusiones se aprenden antes que los principios: en matemáticas, al igual que en filosofía y en el resto de disciplinas, se necesita saber mucho para empezar a dudar. Ese es el asunto: la duda no viene al comienzo, la duda llega cuando uno ya cree haber sabido mucho. Y es en ese momento en el que uno aparentemente ha acumulado un gran número de conocimientos que puede plantearse la duda sobre lo que le acaban de dar.

—Estamos ante un fracaso o ante una dejación de funciones…

—Por razones pedagógicas que tienen mucho que ver con el desprestigio de nuestra disciplina, la enseñanza de la filosofía, tanto en secundaria como en la universidad, es una enseñanza doxográfica de este opinó esto y este opinó aquello. Y a Platón, que curiosamente podría considerarse el gran doxógrafo de su época, porque recoge todas las opiniones del momento, más o menos, no se le puede tratar como un mero compilador: es inevitable pensar que había algún tipo de sistema. Para la forma de pensamiento occidental posterior, deudora de Platón, sería demasiado chocante que al final todo fuera una broma teatral [ríe fuerte, otra vez].

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