20 abril, 2024
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“Familia puede representar también la destrucción de cualquier singularidad”

Albertina Carri. Foto: Alejandro Amdan.

“Lo que aprendí de las bestias”, primera novela de la cineasta Albertina Carri, es un texto espeso y luminoso donde la autora recurre a la misma libertad creativa que transformó a “Los rubios” en un documental disruptivo e icónico, esta vez valiéndose de una narradora homónima para reformular una historia muy parecida a la propia, una suerte de autoficción mediada por la contundencia impiadosa de la voz de la orfandad.

“La protagonista tiene mi edad, se llama igual que yo, hace cine, es lesbiana, pero tiene una hermana, no dos, sus padres no son desaparecidos, no tiene un hijo. Hay muchas condiciones que son muy distintas a las mías”, advierte Carri en diálogo con Télam sobre el libro que acaba de publicar Penguin Random House.

Una huella inicial -una puerta demoliéndose y con ella la infancia (los padres de dos niñas siendo asesinados frente a ellas)- se repite a lo largo de toda la trama (el tiempo) en situaciones soterradas, sean bestias sangrando chorros en un matadero realista y gore o el genocidio de bichos en un campo familiar para que la heroína, contra todos los pronósticos, la desactive, alcance a reconfigurarla como por encanto de la ficción o desconcierto de la mejor de las realidades.

La sinuosidad del deseo, la promesa de racionalización y la búsqueda de un equilibrio son algunos otros motores del texto que a Carri (Bueno Aires, 1973) le llevó seis años procesar, y que tuvo que soltar varias veces. En el medio hizo dos películas, “Cuatreros” y “Las hijas del fuego”, pero además “no le encontraba la vuelta”, dice sobre este trabajo, que tuvo licencias demoledoras, en su sentido más emancipador, como la posibilidad de ver morir a los padres en una escena casi hardcore, que los expulsa de la categoría de desaparecidos.

Albertina Carri Foto Alejandro Amdan
Albertina Carri. Foto: Alejandro Amdan.

-Télam: ¿Qué demandó desmarcarse del guion cinematográfico con una primera novela? Si bien ya habías publicado poesía.
-Albertina Carri: Desde el comienzo tomé la decisión de que sería una novela, que no iba a ser una cosa más corta y que no iba a ser algo cinematográfico. Me costó mucho la continuidad y en el medio también pasó la vida, necesité volver a hacer cine y le pedí a mis productores, que son mis amigos y socios, no trabajo por encargo, que me den el tiempo de retiro para dedicarme al texto. Necesitaba cierta exclusividad, el cine es más poliamoroso, completamente distinto. A los guiones los escribo a partir de una estructura, muchas veces tengo ideas de películas durante mucho tiempo pero en el momento en que me siento a escribir tengo muy claro adónde voy. Escribir literatura fue como entregarme a un vacío, esa estructura que hoy se ve en 12 capítulos fue surgiendo, no la planteé de entrada. La escritura fue puro presente y terminó en 2021, hace unos meses escribí las últimas cosas, que están en el medio, no es que hayan ido al final. Y escribí, no sé, 200 páginas más por lo menos, que tiré a la basura.

Familia es una palabra que puede representar muchas cosas, puede representar formas del afecto, sin dudas, pero también la destrucción de cualquier singularidad

-T: ¿Cómo definirías a ese proceso?
-A.C: Tuvo momentos, empezó siendo grato y en el medio se puso ingrato, muy duro. El principio de la novela fue difícil, fue difícil para mí retomarla una y otra vez, cada vez que volvía a una corrección tenía que volver a ese inicio, pero después se fue convirtiendo en esto que yo digo que tiene algo de ritmo musical, como unos bits, pac-pa pa pa-bum y arranca. Algo muy gozoso fue ir encontrándole la voz a la protagonista, que tiene un montón de cosas mías, pero que puede decir determinados exabruptos que una en la vida no puede andar diciendo tan plenamente.
“Estaba apurado y llevaba un balde de metal en la mano o algún elemento similar. Herramientas, un serrucho, pinzas para cortar cables, pantalones cargo, un disfraz de obrero. El ascensor subió unos pisos y su mano se apoyó sobre la manija de metal. La puerta se abrió en cámara lenta y el cubículo se detuvo en un vacío. Supe cuando vi su mano enorme apoyarse sobre la manija helada que una pesadilla estaba a punto de suceder. Acabé en su mano. Tenía 11 años”, así comienza la novela.

Albertina Carri Foto Alejandro Amdan
Albertina Carri. Foto: Alejandro Amdan.

-T: Es una novela muy física, el cuerpo juega como voz, territorio y memoria, y también es un relato sobre la crueldad.
-A.C.: En algún momento la novela plantea que no hay peor destino que matar y todo va dirigiendo a este personaje hacia un destino cruel. La vida se vuelve una carrera contra todo lo débil dice la narradora, pero en eso que podría leerse como un sin salida, en ese hacia dónde te lleva la crueldad, hay un vuelco muy importante, se vuelve importante la risa y eso para mí es una reivindicación total del personaje y de la vida misma: la vida vale la pena vivirla porque hay un tránsito y porque se pueden modificar las cosas.

-T: La familia en este texto, “el polo tóxico”, conforma un artefacto bestial.
-A.C: Familia es una palabra que puede representar muchas cosas, puede representar formas del afecto, sin dudas, pero también la destrucción de cualquier singularidad, depende de cómo se lleve adelante esa lógica de familia, qué se dice cuando se dice familia. A mí me provoca inquietud, a Furio, mi hijo, le gusta mucho esa palabra y le provoca felicidad.

-T: De hecho le dedicaste la novela.
-A.C: Una de las cosas más complejas de la maternidad fue, no solo mi orfandad, también mi historia violenta. Fue muy doloroso tener que transmitírselo a él, porque yo ya lo había vivido de chica. Ahí me di cuenta que yo desde los cuatro años ya era grande, eso que dice la narradora, que cuando tiraron esa puerta abajo, rompieron también la posibilidad de que siga siendo niña. Nunca me había dado cuenta de mi vulnerabilidad hasta que vi a Furio vulnerable, hasta que conviví con ese niño, y cuando me di cuenta, algo de todo eso me quebró de nuevo. Tenía que explicarle que a sus abuelos los mataron, es parte de mi identidad, de la suya y la del país donde vive. Tenía totalmente naturalizada mi historia, como todo el mundo, cada uno tiene su propia historia y la vivís en tu cuerpo y en tu vida diaria. No imaginé que me iba a suceder eso que me sucedió, no lo preví para nada. Pero sí tuve la decisión deliberada de que la protagonista de esta novela no sea madre, porque es otro tema. Tal vez escriba una novela sobre la maternidad, pero será otro tema.

-T: La novela habla también de qué es lo que habilita un Estado de facto en el ámbito de lo doméstico.
-A.C: Cuando éramos chicas el ‘te voy a matar’ era la frase más común del mundo, te la podían decir las maestras en la escuela. La violencia es totalmente generacional, por eso aparece esa novia apropiada en la novela, y nuestra generación es la que está criando a estos chicos con esa historia que para ellos en ciencia ficción y es fantástico que lo piensen como algo tan ajeno, porque quiere decir que, en un punto, hemos hecho un gran trabajo.

Albertina Carri Foto Alejandro Amdan
Albertina Carri. Foto: Alejandro Amdan.

-T: Todo lo que hay acá es mucho trabajo, hay mucha concientización, mucho simbolismo. ¿Hay algo del cine en esto de condensar tantos significados en una imagen o una única palabra?
-A.C: Hay muchos años de psicoanálisis, además edité mucho y hago cine desde que tengo 18 años, es una experiencia muy identitaria para mí, es un tipo de narración que hago, si pensás en “Los rubios”, son un poco también eso, cajas chinas. En la novela hay una búsqueda desesperada de equilibrio, investiga la complejidad del deseo y encuentra un final muy alegre y necesario. Es algo a lo que me fue llevando el texto, yo no tenía una tesis tan contundente sobre el final, no sabía adónde iba este personaje y todo indicaba que terminaba mal, porque todo me llevaba a lugares siempre más oscuros, y supongo que por eso también lo abandoné tantas veces, no soportaba seguir en ese oscuridad, llevar adelante esa crueldad. En un momento me acusé de cobarde por no poder sostener ese personaje de dolor, pero me parece que tomé una gran decisión. Me refiero a no haber concretado la autodestrucción que le diagnostican los demás.

-T: “Lo que aprendí de las bestias” pone en cuestión cuánto podés decir y si lo que decís es lo que decís, y vuelve sobre temas como lo tanático, la verdad, la memoria, el goce, elaborados como pequeños ensayos.
-A.C: El cine de autor genera muchísimo texto, te la pasás escribiendo, explicando de qué se tratan tus películas, buscando financiación. Entonces es una práctica dual que tengo, habitual, de reflexionar sobre la puesta en escena, la forma de representación. Con este libro busqué esa posibilidad de cruce entre la ficción y algo del orden del ensayo, estos pequeños estados que también van imponiendo un ritmo.

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