23 abril, 2024
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Federico Lorenz: “Si hay algo que aprendí con Malvinas es que no hay dueño de la verdad”

(Foto Fernando Gens)

La conmemoración de los 40 años de la guerra de Malvinas puede dar lugar a miradas cristalizadas sobre el conflicto que aceleró el declive de la última dictadura militar pero el historiador y escritor Federico Lorenz aprovecha la proximidad del aniversario para desacomodar el relato opaco y propone en su novela “Para un soldado desconocido” un recorrido coral por memorias, contrapuntos y pequeñas épicas condensadas en la historia de un conscripto cuya muerte reactualiza las tensiones provocadas por las diferentes maneras de procesar el hito bélico.

“Es una criatura que ni sabe hacerse la comida”, dice la madre. “Es un hombre”, responde Antero. Son los padres del Negro y en una de las primeras escenas de la novela discuten sobre ese hijo -un soldado clase 1963 que apenas lleva dos meses como conscripto- convocado para integrar uno de los contingentes que viajará a las Malvinas con la misión de recuperar esa remota geografía insular que los ingleses usurparon en 1833. El intercambio da paso a una constatación cruenta: el joven termina siendo uno de los 649 argentinos caídos en el campo de batalla.

Hasta las rocas dan su parecer en esa laboriosa urdimbre de voces que Lorenz ideó para volver sobre el tema que merodea obstinadamente desde hace tres décadas: le ha dedicado una docena de ensayos, ficciones, crónicas de viajes -“Las guerras de Malvinas”, “Montoneros o la ballena blanca”, “Unas islas demasiado famosas”, entre otros-  y ahora va por esta novela que se ofrece como una crónica de sus indagaciones a través del tiempo, una síntesis de las historias que fue recolectando sobre Malvinas a partir de una mirada que se va deslizando por interrogantes y señalamientos a veces incómodos.

“Mi trabajo se ha dado muchas veces en contrapunto con muchos discursos sociales sobre la guerra y la posguerra, con el discurso de mis pares también porque a mí no me entraba en la cabeza que nos les interesara Malvinas como tema de investigación por todas las aristas que tiene”, señala a Télam el historiador, que además de su labor como docente e investigador fue director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur entre 2016 y 2018.

Foto Fernando Gens
(Foto Fernando Gens)

Hace poco más de un año, Lorenz empezó a pensar en un nuevo texto sobre la causa que lo desvela, una obra que agite la conversación pública en las proximidades de un nuevo aniversario “redondo” sobre el conflicto bélico: con una estructura coral que incluye 31 voces y la voluntad de alojar la mayor cantidad de matices posibles, “Para un soldado desconocido” (Adriana Hidalgo) reconstruye la huella que dejó el Negro, habitante de un pequeño pueblo de la llanura pampeana (“de esos en los que la gente no para ni a cargar nafta”) que sintetiza la mezcla de orgullo y pavor con la que muchas familias aceptaron “soltar” a sus jóvenes para poner el cuerpo en la gesta con la que los militares intentaron transfigurar el fracaso y el terror de su gestión. “Es el héroe, claro. Los héroes son los que quedaron allá”, dirá sobre el protagonista uno de sus compañeros de trinchera con culpa de sobreviviente.

Desde el teniente que es alcanzado por una bomba y se vanagloria (“Cristo me cegó para ahorrarme el disgusto de ver la derrota”) hasta el testimonio de enfermeras, kelpers y de los soldados ingleses que describen entre la sorpresa y la admiración la fortaleza de los combatientes argentinos que dan pelea pese a su apariencia famélica, la novela recupera las pequeñas épicas del campo de batalla, como la del combatiente apodado El Sapo, a quien los ingleses le vuelan una oreja de un morterazo cuando vuelve de robar comida para compartir con sus compañeros de pozo, entre los que está el Negro. Son gestos humanitarios en medio de lo despiadado de la guerra, los que no olvidan nunca quienes fueron testigos y logran sobrevivir para contarlo.

“Una evocación que tiene que ver con la muerte de tanta gente tendría que ser un gran momento de introspección. ¿Qué avalamos, qué acompañamos, qué hicimos por los combatientes cuando volvieron? Son preguntas incómodas que no nos hacemos”, dice Lorenz, que tenía 11 años cuando se desencadenó el conflicto en abril de 1982 y como otros chicos de su edad escribió cartas de aliento a los soldados que con escaso o nulo entrenamiento fueron arrojados a la hostilidad del territorio más austral de la región. Años después, esas misivas ilusionadas se prolongaron en otros rituales de escritura donde la fascinación por Malvinas lo llevó a intentar complejizar su mirada porque, según sostiene,  “los grandes medios nacionales construyeron los relatos públicos sobre Malvinas, pero la guerra fue muy diferente en distintos lugares del país. No fue lo mismo en la Patagonia que en Buenos Aires”.

“Para un soldado …” es ante todo una ficción, con un disparador sencillo pero una ejecución sofisticada que va entrecruzando los testimonios y haciendo circular algunos detalles de una voz a otra. Podría haber sido un texto ensayístico donde para reflotar los debates a cuarenta años de la guerra Lorenz aplicara su expertise sobre el tema, pero prevaleció el impulso de darle a esa pericia una trama narrativa. “Me pienso más como escritor en un sentido amplio que como historiador. Para describirlo me gusta usar la imagen de una campera donde en un bolsillo guardo los papeles del historiador y en el otro los apuntes para la ficción. De tanto ir y venir se mezclan las cosas y terminan quedando todos los papeles en un solo bolsillo: el resultado es una novela”, define Lorenz, que presentará su libro en el Malba el jueves 31 de marzo a las 19 acompañado de Martín Kohan y Patricia Ratto, autores a su vez de reconocidos trabajos sobre el tema.

Entrevista

– Télam: La elección de una estructura coral para esta novela sugiere por un lado que esta textura de voces funciona como la condensación de las distintas perspectivas que trabajaste a lo largo de los 30 años y por el otro lado que recoge una diversidad de puntos de vista para dar cuenta de la complejidad que atraviesa Malvinas de cara a un nuevo aniversario “redondo” sobre la guerra ¿Cuánto de eso confluye en el origen del libro?
Federico Lorenz: Empecé a pensar el libro en 2020, a fines del primer año de la pandemia. Claramente quería que el registro fuera ficcional porque creo que en la complejidad del aniversario redondo lo que me gustaría discutir está atravesado por historias que no puedo resumir en una sola palabra o en una sola imagen de lo que sucedió. Por eso el recurso de muchas pequeñas historias que arman una sola, porque creo la novela busca que cada uno se sienta interpelado por algunos de esos puntos de vista: que empatice más con el relato de la madre del Negro, de la novia, de algunos de los compañeros, etc… Malvinas es todo eso y me parecía mejor instrumento la clave ficcional que un registro más árido.

Foto Fernando Gens
(Foto Fernando Gens)

– T.: ¿La novela es entonces una invitación a habitar las tensiones derivadas de esas distintas miradas sin convertirlas en una disputa por la verdad? Hay también una reflexión implícita sobre la relación entre la verdad y la ficción…
F.L.: Es que la ficción es verdad. Boris Vian dijo alguna vez: “esta historia es verdadera porque la imaginé de cabo a rabo”. En este caso tal vez sea un poco más complejo. Seguramente un montón de cosas que fui escuchando durante tantos años de trabajo están en la novela. Los nombres que elegí y por otro lado las situaciones que se narran están relacionadas con cosas que escuché a lo largo de estos años. Ahí el trabajo del artificiero es incluirlas en un único relato que no pretende una verdad monocorde. Si hay algo que aprendí, con Malvinas más que nada pero con otros temas también, es que no hay dueño de la verdad: hay dueños de distintas experiencias.
Me acuerdo la primera vez que fui a las islas, en 2007. Vos llegás al cementerio y es un puñetazo en el estómago, que no es que no te deja mover pero te obliga a pensar las cosas de otra manera. Pienso también en esos padres de conscriptos que a gatas sabían hacer un trámite: tener que averiguar sobre sus hijos y que nadie les diga nada. Son historias que producen un tremendo dolor. Entonces, incluirlas en un libro es una forma de que el dolor no quede solo en esas personas y de un modo tal vez egoísta, que tampoco queden en mí. No me gustaba y no me gusta el registro épico para hablar de la guerra. Lo disfrutaba cuando era niño pero creo que hay una forma distinta de épica en compartir ese dolor.
La novela podría ayudar a entender que hay otras formas de estar unidos en eso que podemos llamar pueblo o país, acaso más significativas que pensar que lo que nos vuelve argentinos es que un territorio esté completo o no. Es una limitación pensar esto último y marca un desconocimiento de muchas cosas tan diferentes que suceden al mismo tiempo en eso que llamamos Argentina. La historia de un soldado que murió en Malvinas puede atravesar a mucha gente que no lo conoció, desde el vecino del pueblo con el que jugó a la pelota hasta los compañeros que estuvieron compartiendo estrecheces con él en una trinchera o la mujer que se plantea por qué sigue siendo vista como su novia si ya es grande y tiene hijos. Una historia es muchas veces una sucesión de círculos concéntricos.

Memoria nacional versus memorias regionales

– T: La complejidad que plantea el libro en torno a la verdad se da también respecto a la memoria a partir del contrapunto entre las formas de evocar el conflicto en los grandes centros urbanos -que sugieren una suerte de indiferencia o incluso incomodidad frente a las víctimas de la guerra- y esos pequeños pueblos del país que han edificado una memoria comunitaria sobre Malvinas que orbita sobre los soldados que perdieron la vida en las islas ¿Cómo interfiere ese contrapunto?
F.L.: En una ciudad grande como Buenos Aires las experiencias personales se diluyen por una cuestión -diría- cuantitativa. En cambio, en una localidad más pequeña el impacto es más fuerte porque a lo mejor tocó que seis jóvenes que estaban haciendo la colimba en un pueblo que tenía 30 en edad de hacerla, fueron a Malvinas, alguno de ellos no volvieron, y toda esa experiencia terminó siendo su único vínculo con el estado nacional. No hay que subestimar eso porque frente a muchos vínculos colectivos que se han disuelto o son muy débiles, Malvinas tiene una fortaleza enorme. Y no lo digo idealizándolo sino como una advertencia: cuando el pensamiento sobre la guerra funciona de una manera parecida a la de 1982 estamos en un problema político porque esa mirada congelada en el pasado puede generar una idea de nostalgia, de recuperar algo que se perdió, y no me refiero a las islas sino a una cierta idea de país que me parece muy dañina en términos de construcción social. Malvinas nos interpela sin duda por las consecuencias sobre quienes estuvieron afectados por la guerra, pero también porque puso en crisis un modelo de país que fue a la guerra y perdió. Yo no sé si pensamos muchísimo eso. Ahí vuelvo a lo de los aniversarios: una evocación que tiene que ver con la muerte de tanta gente tendría que ser un gran momento de introspección. ¿Qué avalamos, qué acompañamos, qué hicimos por los combatientes cuando volvieron? Son preguntas incómodas que no nos hacemos.

“Argentina contempla los intereses de los isleños, no así sus deseos”

“Para un soldado desconocido” es ante todo una ficción con un disparador sencillo pero con una ejecución sofisticada, que va entrecruzando los testimonios y haciendo circular algunos detalles de una voz a otra para instalar cuestiones como la drástica pendulación de la sociedad argentina, que va de la condena a la dictadura hasta la adhesión al desembarco en Malvinas o la inclusión problemática del punto de vista de los habitantes de las islas. “Nosotros vamos a recordar siempre el 2 de abril pero ellos van a celebrar el 14 de junio, porque su experiencia es diametralmente opuesta a la nuestra”, plantea Federico Lorenz.

Podría haber sido un texto ensayístico a partir del cual reflotar los debates a cuarenta años de la guerra y donde el historiador aplicara su “expertise” sobre el tema. Pero prevaleció el impulso de darle a esa pericia una trama narrativa.

“Me pienso más como escritor en un sentido amplio que como historiador. Para describirlo me gusta usar la imagen de una campera donde en un bolsillo guardo los papeles del historiador y en el otro los apuntes para la ficción. De tanto ir y venir se mezclan las cosas y terminan quedando todos los papeles en un solo bolsillo: el resultado es una novela”, define Lorenz, quien presentará su obra el jueves 31 de marzo en el Malba acompañado de Martín Kohan y Patricia Ratto.

– Télam: Fabián, uno de los personajes de la novela, pone en palabras ese viraje tan demencial que se da entre la marcha de rechazo a la dictadura el 30 de marzo de 1982 y lo que ocurre tres días después, cuando multitudes salen a la calle a respaldar la acción bélica ordenada por los militares. ¿Cómo se explica esa volatilidad tan drástica de la sociedad argentina?
– Federico Lorenz: La sociedad puede ser volátil y cambiar de idea. Algo como una guerra por una causa considerada justa por miles de argentinos durante generaciones permitiría explicar eso. Pero creo también que hay algo injusto en esa respuesta: las personas se movilizaron por cosas muy diferentes, no lo hicieron por apoyo a la guerra o a la dictadura. Se movilizaron por la recuperación de Malvinas y en apoyo a sus jóvenes que estaban siendo enviados al sur. Ahí ya hay un primer matiz. El segundo es que no todos estaban conformes con esa guerra. Lo que en la novela aparece graficado en la confrontación entre los padres del Negro –el padre sostenía que tenía que ir a combatir porque era su deber y la madre argumentaba que no lo podía aceptar porque se trataba de su hijo- se repitió en muchos hogares.

Entonces, creo que toda esta idea del titiritero y de la sociedad manipulada tiene un fondo de verdad importante pero al mismo tiempo creo que fue uno de los mejores mecanismos que encontró la sociedad argentina para des-responsabilizarse una vez que la guerra terminó, tanto de Malvinas como por extensión de la dictadura. No nos olvidamos que la pregunta que vino cuando la guerra terminó fue ¿dónde estaba yo cuando pasó todo esto? Fue lo que le pregunté a mi padre, por ejemplo. Es más fácil decir “me engañaron” o “no sabía nada”. Pero eso no solo no se sostiene históricamente. También muchas personas actuaron de manera convencida, tanto yendo a las islas como apoyando a los jóvenes que estaban ahí, que no es lo mismo que apoyar a la dictadura.

– T.: ¿Se puede leer la pendulación que hubo en torno a la dictadura del mismo modo que la de Malvinas?
-F.L.:
La memoria tiene temporalidades. Cuando comienzan a conocerse las condiciones en las que habían combatido los soldados en Malvinas se da de manera contemporánea a lo que hoy llamamos el show del horror en relación con la dictadura. Pensemos que quienes combatieron en Malvinas hoy tienen sesenta y pico de años pero tenían veintipocos o menos cuando la guerra terminó. Estos jóvenes que habían combatido con armas en la mano, con uniforme, es decir, que no eran pasivos a lo que pasaba, tuvieron que encajar rápidamente con la figura arquetípica del desaparecido de esos años, que es la del joven inocente de los crímenes que la dictadura le achacaba, esto es la militancia política. A diferencia de lo que sucedió con la dictadura militar, donde a partir de fines de los ’90 se fue repolitizando la figura del desaparecido, a la experiencia de guerra como tal ligada a los soldados en Malvinas todavía le falta bastante: hay un déficit de investigaciones. Y esto sí es complicado porque permite alimentar esta idea de que hay algo que se oculta o la historia contrafáctica de qué hubiera pasado si aguantábamos dos días más.

– T: La novela incluye la voz de los isleños, que ven a los ingleses como sus libertadores, ¿en qué medida es viable sostener el reclamo territorial por Malvinas pasando por alto la voluntad de los habitantes de las islas?
-F.L.: Si pensara la novela como instrumento para abrir esa discusión la decisión de incluir a los isleños como personajes responde a algo que constaté cuando fui a Malvinas. Si tuviera que dar una respuesta diplomática diría que Argentina contempla los intereses de los isleños, no así sus deseos. Intereses alude a algo bien práctico: no le voy a quitar su casa, no le voy a quitar su tierra, no va a perder su trabajo pero sus deseos no cuentan porque viven en un territorio que la Argentina reclama. Eso desde el punto de vista de la experiencia histórica es insuficiente. Por eso en el libro incluí el punto de vista de dos isleños que conviven con lo que ellos llaman la ocupación, que es como percibieron el conflicto. Nosotros vamos a recordar siempre el 2 de abril pero ellos van a celebrar el 14 de junio, porque su experiencia es diametralmente opuesta a la nuestra. Yo no puedo negar que ese contrapunto existe.

Uno tiene que entender, respecto a los acontecimientos, que no hay un monopolio de la verdad. Mi novela busca mantener el recuerdo de las personas, no de la causa nacional. En ese sentido creo que el distanciamiento puede permitir una operación por la cual Malvinas esté presente sin que eso tenga que ser sinónimo de sostener un reclamo soberano. La novela incluyó la mirada de los isleños porque son parte del asunto. Ellos se quedaron en las islas cuando los argentinos ya no estaban… cómo habrá sido barrer los escombros, enterrar a los muertos… La distancia puede ser saludable porque cuando los relatos quedan muy anclados en cómo se hablaba del asunto en los 80 es un problema.

– T.: El relato de la madre del Negro frente a la recuperación de sus restos muchos años después de la guerra da cuenta de la importancia de darle un soporte material al duelo ¿En qué medida los duelos quedan obturados cuando no está la posibilidad de asociar la muerte con un cuerpo inerte que opera como su significante?
F.L.: La mitad de los muertos de Malvinas no tienen tumbas, prácticamente todos los muertos en el crucero Belgrano y algunos pilotos. Sin embargo, a diferencia de otros episodios que tienen que ver con la historia argentina reciente y contemporánea, en el cementerio de Darwin hay muertos que la sociedad argentina produjo. Alguien me puede decir que los mataron los ingleses. Sí, cierto, pero estoy marcando cómo esos muertos tienen que ver con nuestra propia historia. Poder anclar a lo material el duelo tiene un efecto individual pero también un efecto colectivo en el sentido de estar confrontando con las consecuencias de los actos. Y confrontar con las consecuencias de los actos es la pregunta por la responsabilidad social. Eso es una cuestión muy potente. Para mí es un círculo virtuoso que sea el Equipo de Antropología Forense el que haya producido las identificaciones de los restos hallados en Malvinas porque en su origen se conformó para identificar a las víctimas de la dictadura. Ahí hay una señal positiva de lo que somos capaces como pueblo.

¿Una sociedad maleable?

– T.: Fabián, uno de los personajes de la novela, pone en palabras ese viraje tan demencial que se da entre la marcha de rechazo a la dictadura el 30 de marzo de 1982 y lo que ocurre tres días después cuando multitudes salen a la calle a respaldar la acción bélica ordenada por los militares, ¿cómo se explica esa volatilidad tan drástica de la sociedad argentina?
FL: La sociedad puede ser volátil y cambiar de idea. Algo como una guerra por una causa considerada justa por miles de argentinos durante generaciones permitiría explicar eso. Pero creo también que hay algo injusto en esa respuesta: las personas se movilizaron por cosas muy diferentes, no lo hicieron por apoyo a la guerra o a la dictadura. Se movilizaron por la recuperación de Malvinas y en apoyo a sus jóvenes que estaban siendo enviados al sur.  Ahí ya hay un primer matiz. El segundo es que no todos estaban conformes con esa guerra. Lo que en la novela aparece graficado en la confrontación entre los padres del Negro –el padre sostenía que tenía que ir a combatir porque era su deber y la madre argumentaba que no lo podía aceptar porque se trataba de su hijo- se repitió en muchos hogares. También está el caso del tipo que contra toda imagen patriótica remolonea y no se presenta cuando lo citan, o el que tiene que hacer la lista de convocados y como no quiere poner a sus amigos completa con soldados de la clase siguiente, la del 63. No me gustaría ser hoy esa persona sabiendo todo lo que pasó después.
Entonces, creo que toda esta idea del titiritero y de la sociedad manipulada tiene un fondo de verdad importante pero al mismo tiempo creo que fue uno de los mejores mecanismos que encontró la sociedad argentina para des-responsabilizarse una vez que la guerra terminó, tanto de Malvinas como por extensión de la dictadura. No nos olvidamos que la pregunta que vino cuando la guerra terminó fue, ¿dónde estaba yo cuando pasó todo esto? Fue lo que yo le pregunté a mi padre, por ejemplo.  Es más fácil decir “Me engañaron” o “No sabía nada”. Pero eso no solo no se sostiene históricamente. También muchas personas actuaron de manera convencida, tanto yendo a las islas como apoyando a los jóvenes que estaban ahí, que no es lo mismo que apoyar a la dictadura.

– T.: Se puede leer la pendulación que hubo en torno a la dictadura del mismo modo que la de Malvinas?
F.L.: La memoria tiene temporalidades. Cuando comienzan a conocerse las condiciones en las que habían combatido los soldados en Malvinas se da de manera contemporánea a lo que hoy llamamos el show del horror en relación con la dictadura. Pensemos que quienes combatieron en Malvinas hoy tienen sesenta y pico de años pero tenían veintipocos o menos cuando la guerra terminó. Estos jóvenes que habían combatido con armas en la mano, con uniforme, es decir, que no eran pasivos a lo que pasaba, tuvieron que encajar rápidamente con la figura arquetípica del desaparecido de esos años, que es la del joven inocente de los crímenes que la dictadura le achacaba, esto es la militancia política. A diferencia de lo que sucedió con la dictadura militar, donde a partir de fines de los 90 se fue repolitizando la figura del desaparecido, a la experiencia de guerra como tal ligada específicamente a los soldados en Malvinas todavía le falta bastante: hay un déficit de investigaciones. Y esto sí es complicado porque permite alimentar esta idea de que hay algo que se oculta o la historia contrafáctica de qué hubiera pasado si aguantábamos dos días más. Ahí hay como un atraso en relación a los avances que se han hecho en otros campos. Ese hueco claramente lo ha cubierto la ficción, entre otras formas de expresión.

Foto Fernando Gens
(Foto Fernando Gens)

– T.: Sin embargo, la oferta de ficciones dedicadas a rastrear los efectos de la dictadura es mucho más cuantiosa que la biblioteca disponible sobre Malvinas…
F.L.: Diría que hay mucha ficción sobre la dictadura pero no tanta ficción sobre la militancia política armada. O sea que la negación sobre la violencia –porque la guerra de Malvinas fue violencia- sigue estando. Un soldado que va a Malvinas es alguien a quien la sociedad legitimó para que agarre las armas y mate eventualmente. Hay muchísima ficción sobre la ESMA, sobre los hijos de desaparecidos, sobre estar en el exilio, pero no tanta sobre la militancia armada. Tiene que ver con un mecanismo más general de la sociedad de despegarse de lo que había sucedido. Y eso lo pagan los excombatientes. Por eso las historias que aparecen en “Para un soldado…” involucran acciones de guerra pero al mismo tiempo exploran otras zonas y tratan de mostrar que la guerra es algo mucho más complejo que tirotearse con alguien.

– T: La novela incluye la voz de los isleños, que ven a los ingleses como sus libertadores ¿En qué medida es viable sostener el reclamo territorial por Malvinas pasando por alto la voluntad de los habitantes de las islas?
F.L.:  Si pensara la novela como instrumento para abrir esa discusión –que no fue el objetivo- la decisión de incluir a los isleños como personajes responde a algo que constaté cuando fui a Malvinas. Si tuviera que dar una respuesta diplomática diría que Argentina contempla los intereses de los isleños, no así sus deseos. Intereses alude a algo bien práctico: no le voy a quitar su casa, no le voy a quitar su tierra, no va a perder su trabajo pero sus deseos no cuentan porque viven en un territorio que la Argentina reclama. Eso desde el punto de vista de la experiencia histórica es insuficiente. Por eso en el libro incluí el punto de vista de dos isleños que conviven con lo que ellos llaman la ocupación, que es como ellos percibieron el conflicto. Nosotros vamos a recordar siempre el 2 de abril pero ellos van a celebrar el 14 de junio, porque su experiencia es diametralmente opuesta a la nuestra. Lo que no puedo hacer es negar que ese contrapunto existe.
Uno tiene que entender respecto a los acontecimientos que no hay un monopolio de la verdad. Mi novela busca mantener el recuerdo de las personas, no de la causa nacional. En ese sentido creo que el distanciamiento puede permitir una operación por la cual Malvinas esté presente sin que eso tenga que ser sinónimo de sostener un reclamo soberano. Por eso la novela incluyó la mirada de los isleños también, porque son parte del asunto. Ese registro me parece importante: ellos se quedaron en las islas cuando los argentinos ya no estaban. Cómo habrá sido barrer los escombros, enterrar a los muertos… La distancia puede ser saludable porque cuando los relatos quedan muy anclados en cómo se hablaba del asunto en los 80 es un problema.

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