7 mayo, 2024
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Franco Torchia: “Las relaciones sociales miniaturizan grandes procesos políticos”

Torchia es periodista y ahora incursiona en la ficción. Foto: Camila Godoy.

 En un club a la vera del río, en un pueblo donde las ramificaciones en las que se mide la familiaridad de vecinos y la pertenencia social se solidifican en forma de prejuicios y dan cuenta del sesgo de una época, transcurre la primera ficción del periodista Franco Torchia, “Te arrancan la cabeza”, una trama poética que se ubica en posdictadura y que tuerce la escisión entre habla y escritura a partir de dos narradores muy distintos pero afiliados por un vínculo: una que habla y otro que siente.

Publicada por Mansalva, la ficción de Torchia traza un intercambio de voces situadas en varios planos: con toda la virulencia de la palabra que no se detiene, está ella, una mujer adulta, que habla sin parar y en su discurso se cuelan los guiños del imaginario conservador, con chismes y frases comunes (“vos no te vas a acordar porque vos eras chico”) y, en la medida que avanza, su tono se eleva reaccionario. Dice, por ejemplo: “¿Sabés las veces que a mí me invitan?… Vienen, se me acercan y me presentan ese mate…¿cómo te parece a vos? Ya de verlo cerca me genera un rechazo…. Es una cosa de vagos, de criollos que no trabajan”.

La segunda voz  -hay incluso una tercera al final- se ubica en otra fibra, se parece más a un relato amoroso -o desamoroso- de un joven y la fragilidad de un noviazgo roto que sigue preguntándose acerca de lo que podría haber sido. El muchacho evoca un vínculo que tuvo de niño con un chico mayor, un vínculo de abuso de parte de un hombre que luego lo traicionó cuando lo dejó y decidió cambiar su identidad y hacerse travesti. Como dirigiéndose a él, le dice: “A mí no me gusta que ahora uses pollera, o blusones, y te entaques. ¿Para qué los tacos Rimbambita? Si fuiste vos el que me besó con ansiedad…”.

Detrás de estas voces está Franco Torchia, periodista y autor de otros dos libros, uno de entrevistas y otro de Cupido, en su calidad del dios del amor de la televisión argentina. “Te arrancan la cabeza” es su primera publicación en el terreno de la ficción, una historia fragmentaria con materiales autobiográficos que alteró, redireccionó y sometió “incluso a la fantasía y exageración”. Un libro con textos escritos hace más de una década y otros de 2021 que en conjunto tienen la potencia de narrar un tiempo y modos de estar y sentir desde un registro muy poético.

Para Torchia esta ficción significa un punto de partida, dice en entrevista con Télam: “Necesitaba escribir esto para poder seguir escribiendo otras cosas. Esta tenía que ser la primera ficción para que en todo caso haya otras ficciones. Y la primera ficción es la identidad, la identidad es verdad, como la ficción, que no es mentira”.

Graduado en Letras por la Universidad de La Plata, ahí nomás de Ensenada donde nació en 1976, Torchia habita de muchas formas los medios de comunicación: como periodista, columnista y panelista de gráfica, televisión y radio. “Trabajo desde los 16 años y estoy por cumplir 46. Fueron tres décadas de trabajo y casi nula atención a otros intereses u otras necesidades”, identifica sobre este libro que representa ese hueco que le escapa al calor del acontecimiento y materializa su relación con la escritura en su capacidad más deformada de lo real. “Quise este libro así como es, por su atmósfera y sus omisiones. Por su tamaño. No negocié la forma y no tuve que hacer ni un solo esfuerzo para defenderla”, celebra.

-T: ¿Esta ficción es  un desplazamiento nuevo o es parte de un trabajo literario que viene hace tiempo y que ahora sale publicado?
-F.T: Siempre estoy escribiendo; quiero decir con esto que mientras hablo, escribo. Pienso demasiado en la escritura y parto de imágenes escritas antes de abrir la boca. Esto no tiene un valor en sí mismo: es solamente una descripción de cómo vivo. El periodismo, al que me dedico hace mucho, es una forma simplificada de la ficción y la literatura me permitió sobrevivir, la literatura que elijo y la literatura que estudié en la carrera. Pero sí, este es un desplazamiento nuevo, una superficie expresiva en la que me gustaría quedarme un tiempo.

-T: Es un libro muy oral y eso se vincula con las otras facetas que se conocen tuyas: desde la voz de Cupido, como panelista de televisión, tus notas gráficas o o ahora incluso esa voz más militante como parte del movimiento LGBTIQ+  ¿Cuántas voces habitan en Franco Torchia?
-F.T: Entiendo que pueden sonar muchas voces en cada una de mis voces, como decís. Y entiendo a la vez que todas esas voces juntas pueden parecer disonantes, inarmónicas, despelotadas. Y entonces que nadie sepa muy bien qué digo mientras digo, o por qué digo de forma tan variada y por canales tan diferentes. En mí todo es parte de un mismo registro: soy vehemente, soy intenso y soy gritón aún cuando susurro. Si hay algo que el trabajo en torno a la diversidad me enseñó es que la idea de unidad, de sujeto estructurado y coherente es coercitiva y destructora. Soy liminal y no busco, ni puedo, ni quiero ser uno solo. Busco parecerme a mí mismo y ese “yo mismo” es numeroso, es abierto y es hablado por muchas voces propias y ajenas.

 Foto Camila Godoy
Foto: Camila Godoy.

-T: ¿Y cómo interviene el habla como registro en esta novela?
-F.T: Me interesa relativizar al extremo la diferencia entre lengua escrita y lengua hablada, que en la historia de la escritura funcionó como una diferencia jerarquizadora. Para mí, escribir es hablar y hablar es escribir: que haya tanta dificultad en reproducir de forma escrita la oralidad prueba que esa diferencia jerarquizadora es ajena a las palabras. Es una diferencia institucional (es decir, ideológica) y sigue respondiendo a la idea según la que a un libro siempre va siempre algo más puro, más fino y más importante. Hoy, tecnocracias mediante, es ya un parámetro insostenible creo.

-T: Hay dos narradores principales, voces muy distintas, la de la mujer y la del muchacho ¿cómo los pensaste?
-F.T: El narrador siente y la narradora habla. Él siente como sentimos: con yuxtaposiciones, con destellos, con fotos sueltas. Él no está escribiendo. Por su parte, ella habla, le está hablando a él y le habla mucho. Pero no hay diálogo. No puede haberlo. Son madre e hijo en canales separados. No pude ni quise contar lo que ella cuenta de otra forma: decidí que lo que ella cuente sea contado sólo a través de su voz. Habla de otros y nunca de sí misma. En efecto, son muy distintos entre sí como narradores y en un momento -a propósito de la “unidad”- sentí que de tan distintos no podían convivir en un mismo texto. Para peor, hay una tercera narradora que sólo aparece en el fragmento final cuyo registro es la suma breve de los tipos de narrador anteriores, como si ella y él decantaran en ese sublevación final de La Takiche.

Al principio imaginé que era imposible presentar algo así de “desunido”, pero apareció Francisco Garamona, editor de Mansalva, y su lectura. Ahí supe que podía, por primera vez en mi vida, no negociar la forma de las cosas. Yo no pensé en darle la forma que tiene el texto: salió. Y lo más conmovedor para mí es eso: que no tuve que negociar la forma, algo que los que trabajamos de periodista hacemos minuto a minuto.

-T: Ella representa la voz de una sociedad prejuiciosa y él, por el contrario, es más preciso en su lenguaje, hay cierto enojo en su desamor.
-F.T: Me resultaba mejor contar esas vidas de clase media en un club náutico del Río de La Plata a fines de los años 80 a través de una sola voz que condense esas miserias, ese afán de pertenencia, ese individualismo extremo, esa ilusión de ocio, mundo, esparcimiento y categoría. Podrían haber sido muchas voces, o un narrador en tercera persona, o una mezcla de registros. Encontré en ella un súper poder narrativo mientras escribía y me quedé con él. Me fui riendo mucho mientras le daba mayores atribuciones y me resultó la mejor opción de todas. Ella es la suma de muchas violencias y cualquiera de los personajes a los que ella se refiere o sobre cuyas vidas cuenta lo que cuenta podría estar diciendo lo mismo que ella. Su resentimiento, su clasismo, su furia, sus odios son los de todos los personajes a los que ella se refiere y los de ella misma.

-T: “Te arrancan la cabeza”, título del libro, es también una frase de la narradora ¿a qué refiere esa expresión?”
-F.T:  Narre quien narre cada fragmento, quien lo titula es ella. Es su voz. La expresión, popular y financiera, digamos, tiene acá otras significaciones. La voz de la narradora es tan densa que te “descerebra”. Agota. Te deja acéfalo. Eso fue buscado. Y por lo demás, a él, al narrador varón, esa voz también lo deja así como leemos, roto. Mudo ante ella (no hay diálogo entre ambos) con la cabeza de nacimiento colonizada por su madre, arrancada de sus propios intereses y de su identidad.

-T: Por su parte, el joven reflexiona sobre el amor con un hombre que parece más grande, poniendo en escena cierto abuso ¿no?
-F.T: Sí, el narrador está enamorado de su abusador. Lo reconoce como su abusador y también está enamorado de él. El enamoramiento forma parte del abuso a veces y el noviazgo es a veces una forma de abuso. También, su abusador “se hace” travesti y eso es vivido por el joven como una traición, una estafa.

-T: El cuerpo es un tema que está presente en el relato del varón: qué es la masculinidad, cómo entenderla, incluso dice “para mí ser varón depende de los huesos” ¿hacia dónde se dirige esa idea?
-F.T: El narrador observa a los otros varones del club, los ve seguros en la práctica de los deportes, acompañados por sus padres hombres; los ve fibrosos y elásticos y siente que por el contrario su cuerpo es un cuerpo contraído, reprimido, como el cuerpo de todo maricón que forzó un varonerismo imposible. Me interesó esa percepción esquelética del género y la sexualidad. Esos eran años en los que la sexualidad era sometida a una detección temprana a partir de las características físicas, por eso también el fragmento “Cara de homosexual”.

-T: El club naútico se presenta como trasfondo que reúne a las voces de esta novela y representa un montón de cuestiones, como las formas de relacionarse y pasar el tiempo haciendo sociales, o la imagen de la frontera que delimita espacios  o construye sentidos sobre los demás ¿qué te aportó este escenario?
-F.T: Hasta donde tengo registro, el ámbito de los clubes náuticos no está abordado en la literatura argentina. Cuando volvieron ciertos recuerdos personales y decidí ficcionalizarlos, advertí esto mismo: que el espacio en el que esos episodios habían ocurrido era un espacio casi seguro virgen para la ficción local. A medida que iba escribiendo, me fui dando cuenta también que la historia transcurre en una posdictadura que se pone de manifiesto en los vínculos. Las relaciones narradas son relaciones producidas por la dictadura: profesionales de clase media -o semi-profesionales-, comerciantes, empleados del Estado con puestos semi-jerárquicos que desconfían de los otros; que comparten predio sin compartir; que segmentan y toman distancia mientras se observan.

Hay una solidaridad imposible, un familiarismo por encima de todo y micro-estratificaciones entre todos los personajes. Por ende, no sé si estas relaciones escapan de las lógicas productivas de las grandes ciudades. Tengo la sensación de que en ese momento, eso era producir sentido; eso era un tipo de trabajo social, el afianzamiento de las posiciones personales. Hay una categoría propia de esos clubes que es la del “socio adherente”, que es el socio que se adhiere a otro, presentado por éste último. Hay mucho de diferencia social, de “no te metás” en la vida de nadie que me fue capturando. Las relaciones sociales miniaturizan grandes procesos políticos: esos procesos se ven en los vínculos más que en otras dimensiones.

-T: Se trasluce un imaginario popular fantasioso pero también muy realista ¿por qué jugar con estos matices?
-F.T: Supongo que porque “lo popular” me intriga. Me interesa y me excede. A la vez, yo crecí en ese entorno. Nací y viví hasta los 16 en Ensenada y esos clubes estaban -y están- al lado de barrios populares (uno de ellos aparece en el texto y es Villa Rubencito, en Punta Lara). En los 80, ninguna persona que viviera en esos barrios populares podía acceder a esos clubes, de allí también el interés por subrayar esas fronteras. Esos clubes eran como una casa quinta compartida para ciertas capas medias. Son previos al barrio privado y eran para quienes, sobre todo, no podían tener su propia casa quinta. Nuevamente, creo que hay muchos esfuerzos por narrar la popularidad y a mí me dieron ganas de narrar estos intentos por desmarcarse de la popularidad.

-T: Finalmente, hay en esta ficción un eco en la tradición de Manuel Puig, ya sea en el trabajo de la oralidad con esa lengua desfachatada como en la construcción de escenarios y personajes, ¿encontrás diálogos?
-F.T: Yo no encuentro mucho diálogo pero hay lectores que sí lo encuentran y es por lo menos un elogio sobrenatural para mí que relacionen este texto con la escritura de Manuel Puig. Me reconozco “salvado” por Puig, como lector, como periodista y como maricón.

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