25 abril, 2024
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Josep Baqués Quesada: «China ya opera en ‘zona gris’, sobre todo, en los mares de China»

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Licenciado en Derecho y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Barcelona, el profesor Josep Baqués viene colaborando con diversos órganos del Ministerio de Defensa, entre ellos el EMAD (Estado Mayor de la Defensa); el MADOC (Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército de Tierra), el IEEE (Instituto Español de Estudios Estratégicos) y la Revista General de Marina (órgano del Cuartel General de la Armada). Como resultado de sus investigaciones en el ámbito de la evolución de los formatos de conflicto internacional, recientemente ha sido galardonado por la OTAN con el Premio ‘Serge Lazareff’. Además, es embajador de la ‘Marca Ejército’.

Su trayectoria profesional se ha planteado a caballo entre Barcelona, Madrid y Granada. Es profesor de la Universidad de Barcelona y del Instituto Universitario ‘General Gutiérrez Mellado’ de Madrid.

A lo largo de la última década, ha colaborado regularmente como docente en diversos estudios de máster de la Universidad de Granada, ciudad en la que tiene su sede Global Strategy, un colectivo de profesores universitarios del que es miembro fundador y que lidera tanto la revista científica indexada RESI (Revista de Estudios de Seguridad Internacional) como la web de transferencia del conocimiento homónima.

—¿Cuándo y por qué surgió la necesidad de emprender este proyecto de investigación?

—Este libro es el resultado de una serie de encargos generados entre 2014 y 2016 por parte del Instituto Español de Estudios Estratégicos y del Centro Conjunto de Conceptos del Ministerio de Defensa. En el primero de ellos, se me pidió un artículo, tipo informe, sobre el estado del debate en torno a las guerras híbridas. En el segundo, se trató de un ejercicio similar, pero referente a la ‘zona gris’. En ambos casos se trataba de conceptos novedosos (más el segundo que el primero) e interesaba hacer la recepción de los mismos, procedentes del mundo anglosajón y, sobre todo, de los Estados Unidos.

Pero los encargos terminaron ahí. Se dedujeron esas dos primeras publicaciones, en 2015 y 2017, respectivamente. A partir de ese momento, se trató de un proyecto personal, para enmarcar ambos conceptos en debates con más trayectoria (por ejemplo, el de las guerras híbridas tiene mucho que ver con el de las guerras de cuarta generación -4GW- que surge en 1989, como consecuencia tardía, pero necesaria, de las reflexiones que suceden al fiasco de Vietnam).

Mientras que el debate acerca de la ‘zona gris’ entronca con las teorías de Carl Schmitt y de Kennan derivadas, a su vez, de su percepción de las cosas tras la Primera y tras la Segunda Guerra Mundial. Ambos plantean la conveniencia de tener en cuenta, invirtiendo a Clausewitz, que quizá sea la paz la que continúa la guerra por otros medios. Es decir, ambos plantean la necesidad de analizar con más rigor situaciones que no llegan a ser una guerra abierta, pero que están muy lejos de ser una paz, digamos, kantiana, basada en la ‘bona fides’.

En esencia, este libro trata de rastrear esos árboles genealógicos, de perfilar mejor los conceptos ya trabajados en esos dos documentos precedentes, y de iniciar el debate acerca de las contramedidas a adoptar, aunque en este punto queda camino por recorrer.

—¿Cómo resumiría el recorrido de las ‘generaciones’ de las guerras?

—La teoría de las guerras de cuarta generación no está exenta de críticas. Pero tiene un gran valor heurístico. Sus defensores analizan las guerras desde la Paz de Westfalia (1648) hasta la actualidad. En esencia, señalan que las de primera generación (1648 a 1860) se corresponden con ejércitos casi sin movilidad, que evolucionan en el campo de batalla por filas y columnas, dotados de armas de muy corto alcance (de las picas al mosquete con bayoneta y con escasa artillería) y que desconocen tanto el arte operacional como la maniobra.

En las de segunda generación (1860 a 1918), el arte operacional ya adquiere protagonismo, aunque no la maniobra. Lo que sí se logra es desplazar grandes cantidades de tropas a grandes distancias y en cortos espacios de tiempo, gracias al ferrocarril y conectar los cuarteles generales con el frente en tiempo casi real, gracias al telégrafo. Asimismo, se incrementa la potencia de fuego, con artillería mucho más potente. Todo ello a riesgo de que la paridad de fuerzas provoque estancamientos de los frentes, como sucedió durante la primera guerra mundial.

En las de tercera generación (1918 a 1991) domina la maniobra. Es la gran novedad. Sobre todo, a partir de la ‘blitzkrieg’, o ‘guerra relámpago’. Pero también gracias al concepto soviético de la ‘batalla táctica profunda’ y las ‘operaciones en profundidad’. Pero esas teorías solo son realidad gracias a grandes avances tecnológicos: los carros de combate están dotados de la velocidad y la autonomía suficientes para penetrar y desbordar las líneas enemigas; la artillería de campaña acompaña a esos carros; la aviación ablanda los objetivos en misiones de apoyo táctico, con lo cual se atisba la doctrina conjunta.

El problema, según los teóricos de las guerras de cuarta generación, es que muchos analistas tomaron el éxito de la coalición occidental en la guerra de Irak de 1991 como la prueba del triunfo de un modelo que, en realidad, se estaba agotando. Para ellos, lo sucedido en 1991 fue el canto del cisne, de un modo de hacer la guerra que venía del último año de la primera guerra mundial (con la ofensiva de Ludendorff) y cuyas principales aportaciones doctrinales son de los años 30 del siglo XX. En las guerras de cuarta generación, las actuales, decae el arte operacional y la maniobra deja de tener sentido, porque ya no hay un campo de batalla como tal, ni líneas de frente. No hay nada que desbordar. Además, la diferencia entre combatientes y no combatientes también se difumina. Como también lo hace el ‘ius in bello’, incluso en su traslación actual, como derecho internacional humanitario.

—¿Cómo y por qué surge el concepto de ‘guerra híbrida’?

—De esas reflexiones no solo surge la teoría de la cuarta generación como tal, sino también, al cabo de pocos años, la teoría de la ‘guerra híbrida’. En el libro señalo otros precursores, como las Nuevas Guerras de Kaldor o las ‘guerras entre la gente’ de Rupert Smith. Pero la teoría de la 4GW es más incisiva y polemológica. De ahí su utilidad.

Las amenazas o estrategias híbridas son cajones de sastre en los que se integran tanto las auténticas ‘guerras híbridas’ como las ‘zonas grises’. Las llamamos ‘híbridas’ por la variedad de componentes que incluyen. Pero, sobre todo, porque en ambos casos el papel de las fuerzas armadas regulares y sus armas convencionales es menos relevante que en las guerras anteriores. En el caso concreto de la ‘guerra híbrida’, adquieren un gran protagonismo las fuerzas irregulares (milicias, ‘señores de la guerra’, insurgencias) e incluso grupos terroristas y grupos criminales. Ahora bien, eso no significa que las armas o las fuerzas convencionales pierdan su valor. No es el caso. Si así fuere, no hablaríamos de ‘guerra híbrida’, sino de ‘guerra de guerrillas’, «guerra irregular» o ‘conflicto asimétrico’.

Por consiguiente, la ‘guerra híbrida’ integra todos esos elementos (también los convencionales) en una única fuerza, coordinada a todos los niveles (estratégico, operacional e incluso táctico). Eso las hace muy difíciles de combatir cuando se las afronta con unas fuerzas armadas preparadas solamente para las guerras convencionales o clásicas, que esperan enfrentarse a un rival que sigue las mismas reglas. Pero también son difíciles de combatir por un Estado que crea que, simplemente, va a enfrentarse a un grupo de guerrilleros dispersos y mal armados. Esta teoría incide en la necesidad de evitar ambos paradigmas.

—¿Y cuáles son las raíces del concepto de ‘zona gris’?

—Su vocación es revisar el ‘statu quo’, incluso en asuntos tan propios de las guerras como provocar la anexión de un Estado por otro (en todo o en parte) o apoyar la independencia de una parte del territorio de un Estado rival (para debilitarlo) o provocar cambios de régimen o de gobierno que, a su vez, impliquen el debilitamiento de las alianzas internacionales establecidas.

La peculiaridad de la ‘zona gris’ es que no se cruza el umbral de la guerra: se puede llegar a jugar al límite de dicho umbral, pero con la mirada puesta en no estimular una respuesta militar de los Estados defensores del ‘statu quo’. Para ello, se emplean instrumentos como narrativas hostiles tendentes a provocar la subversión en los territorios afectados; la movilización de civiles, en su caso armados, que pueden llegar a plantear desde dinámicas de violencia organizada en entornos urbanos hasta atentados terroristas; presiones económicas (boicots a productos, amenazas a vendedores o consumidores; actos de sabotaje). Y también tienen un papel que jugar las fuerzas armadas. Por ejemplo, las fuerzas armadas convencionales del Estado que genera una ‘zona gris’ deben disuadir al Estado perjudicado por ella (para que, mientras tanto, esa política de subversión del orden establecido surta sus efectos).

—¿Cómo encajan situaciones como las provocadas por ISIS, los conflictos en Ucrania y Yemen con estas definiciones?

—El ISIS es un grupo terrorista que ha tenido la pretensión de ocupar territorio, con lo cual puede actuar como un Estado y plantear no solo atentados, sino también ‘guerras híbridas’. Pero la doctrina de la ‘zona gris’ discute que eso pueda ser calificado como tal, en la medida en que ya se ha cruzado un umbral de violencia incompatible con la naturaleza misma de la ‘zona gris’. Lo mismo cabe decir de lo que esta sucediendo en Yemen.

El caso de Ucrania es especialmente interesante… En 2014, Rusia empleó estrategias híbridas para hacerse con el control de Crimea (más ‘zona gris’ que ‘guerra híbrida’) y del Donbas (más ‘guerra híbrida’ que ‘zona gris’). Lo hacía pensando que una participación más descarada, en una guerra convencional, haría saltar las alarmas de los EE.UU. y de la OTAN que, recordemos, venían ‘cortejando’ a Ucrania desde 2008. El problema es que se ha perseverado en esa invitación (cumbre de Bruselas de junio de 2021), mientras Ucrania incorporaba ese ingreso en normas de rango constitucional (lo cual es atípico en derecho comparado) y a Rusia la ‘zona gris’ se le quedaba pequeña (no estaba generando los efectos desestabilizadores necesarios en suelo ucraniano). Entonces, la guerra es consecuencia de una suma o, mejor, de una intersección de factores.

Por una parte, Moscú asume como inminente la entrada en la OTAN de Ucrania, pero, como todavía no está dentro, interpreta que la OTAN carece de compromiso y que no intervendrá en apoyo de Ucrania: se trata de una ventana de oportunidad con fecha de caducidad. Por otra parte, asume que debe escalar de la ‘zona gris’ a una guerra, probablemente híbrida; porque las ‘zonas grises’ requieren tiempo para surtir efectos y ese tiempo se estaba acabando.

De todos modos, debo añadir que el atrevimiento de Putin también ha tenido que ver con la tibieza de Biden en las semanas previas a la invasión. No se puede frenar a un país como Rusia con la mera amenaza de sanciones económicas. Eso ya lo publiqué mucho antes de que comenzara esta guerra. Putin lo daba por descontado, tiene modos de capear el temporal y sabe que le vamos a hacer daño, pero que esas sanciones tienen un efecto boomerang, de modo que también nos haremos daño… Entonces, la pregunta es simple: ¿Es más resiliente la sociedad rusa o la occidental? Putin cree que la suya. Occidente cree que, en los cálculos más optimistas, la resistencia ucraniana puede acabar con el régimen de Putin, por desgaste. Quién sabe. Pero, de momento, las sanciones no han evitado la invasión, ni están evitando que la guerra prosiga.

—¿Hasta qué punto queda diluida la función de la ONU (y, por extensión, la diplomacia) en entornos tan volátiles –y maquiavélicos– como los propios de los conceptos abordados por usted en su obra?

La ONU carece de utilidad para desarrollar la función que le dio origen: evitar las guerras. Eso lo sabemos desde hace tiempo. La crisis de los misiles de Cuba, de 1962, no degenera en Tercera Guerra Mundial debido a la credibilidad de la MAD (Destrucción Mutua Asegurada), pero no debido al papel de la ONU. Lo que ocurre es que en la guerra de Ucrania eso está siendo especialmente escandaloso. En la fase diplomática, previa a la invasión, Putin se entrevistaba, básicamente, con jefes de Estado y de gobierno: Macron, Boris Johnson, Biden, Xi Jinping, etc.

Esto demuestra fehacientemente algo que muchos profesores hace tiempo que explicamos en nuestras clases: Fukuyama se equivocó (no hay nada parecido a un ‘final de la historia’); el derecho internacional tiene demasiadas limitaciones para ser aplicado con eficacia; el mundo es anárquico, aunque no necesariamente caótico (de hecho, tampoco hay tantas guerras como desencuentros, pero es por motivos ajenos a la ONU, que tienen que ver con equilibrios de poder); y los Estados recuperan un protagonismo (a ojos de algunos) que en realidad nunca han perdido (a ojos de otros, entre los que me cuento). ¿Cuál es el problema? El exceso de expectativas depositadas en instrumentos que no funcionan genera malos diagnósticos. Y eso genera guerras.

—¿Por qué se considera, en la actualidad, como ‘híbrido’ el ‘fused mix’ de Hoffman, cuando esos elementos –armas convencionales, tácticas irregulares, terrorismo y comportamiento criminal en el campo de batalla– ya existían antes?

—Precisamente, porque antes no estaban fusionados. Antes había ejércitos regulares o guerrillas; ejércitos regulares o terroristas; guerrillas o terroristas. Y en función de cada actor, definíamos el tipo de guerra, o de no guerra (en el caso del terrorismo). Lo que Hoffman advierte en 2006, en la guerra del sur del Líbano, es que Hezbollah no es solamente un ejército convencional, ni solo una guerrilla, ni solo un grupo terrorista. Él llegó a decir, literalmente, que «no es ni carne ni pescado». Pero tampoco vale decir que no es «nada». Porque es una mixtura (una hibridación) de todas esas cosas. Lo mismo cabe decir de los talibanes, del DAESH en sus mejores aunque cortos momentos; o de los ‘warlords’ que proliferan en diversos Estados.

—¿Cómo prevé el futuro, a partir de acontecimientos como los que están sucediendo en la actualidad? Y en este contexto, cómo prevé el comportamiento de China?

—El futuro será convulso. Pero eso no es ninguna novedad. Lo novedoso sería que no lo fuera. China ya opera en ‘zona gris’, sobre todo, en los mares de China, planteando órdagos a Japón y otros estados de la zona e, indirectamente, a los EE.UU. Ello es así en la medida en que algunos de los afectados son aliados de los EE.UU, y en la medida en que, en algunos casos, los Tratados de Defensa Mutua firmados con esos aliados incluyen la defensa de los territorios que China reclama (pensemos en las islas Senkaku, que son japonesas).

Pero lo peor está por llegar. La guerra de Ucrania está cristalizando una coalición antioccidental con Rusia, China e India juntas, y con la mayor parte de los estados musulmanes dispuestos a escuchar sus ‘cantos de sirena’. Mientras eso ocurre, los EE.UU. tienen una credibilidad menor que la que tenían años atrás y la Unión Europea puede estar generando uno de esos ‘excesos de expectativas’ que antes he comentado. No es para estar tranquilo.

Ficha técnica

Título: ‘De las guerras híbridas a la zona gris. La metamorfosis de los conflictos en el siglo XXI’

Autor: Josep Baqués Quesada

Editorial: UNED

Año de edición: 2021

Disponible en Editorial UNED.

Disponible en Unebook.

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