4 mayo, 2024
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Patton: las mentiras más extendidas de un loco bravucón con «pavor a la derrota»

Aunque el soldado Frank Johnson no gozaba de una vista de lince, aquel día distinguió sin dificultad las hechuras de su superior. George S. Patton bajó del coche para la inspección acompañado de su comitiva. Iba impoluto: botas de piel con espuelas, sus clásicos pantalones bombachos y un casco pulido y tachonado de estrellas. El ‘Viejo sangre y agallas‘, como le llamaban por su cóctel de edad y mala uva, revisó a los combatientes y, con el ceño fruncido, volvió al vehículo. A nadie le sorprendió. Sus armas para enfrentarse al enemigo eran la pulcritud y la testiculina. Solo cuando el convoy se marchó, Johnson escuchó un susurro: «Sí, viejo, son tus agallas, pero también nuestra sangre». Antes,

 nadie se habría atrevido a soltar ni un carraspeo.

El Patton matón e inflexible, ese que llamaba a «arrancar las tripas a los alemanes», es el que se ha instaurado en el imaginario colectivo. Sin embargo, para el investigador y presentador de ‘Megaestructuras nazis‘, James Holland, la foto que nos ha quedado de él está forjada a base de humo y fuegos de artificio. «¿Bravucón? En Italia, su primera gran campaña en Europa, fue un ‘showman’ que escondía el pavor a la derrota». El británico hace esta aseveración a ABC mientras sostiene entre las manos su nuevo ensayo: ‘Sicilia, 1943‘ (Ático de los libros). Una obra en la que se zambulle de lleno en la conquista de la isla; la puerta de entrada aliada a la vieja Europa. Pero un libro en el que también alumbra verdades más generales.

Ataviado con una chaquetilla verde oliva, una réplica de las que portaban los soldados norteamericanos que desembarcaron en Sicilia en el marco de la Operación Husky, Holland sabe cómo captar la atención. Gesticula, cambia de tono y habla con fervor de esos mitos que, por replicarse una y otra vez, han sido aceptados por la sociedad. En lo que sí está de acuerdo es en que la de Sicilia fue la operación en la que arrancó la leyenda de Patton. «Husky buscaba expulsar a los italianos de la guerra, lo que supondría un desastre para Alemania, que debería elegir entre olvidarse de las pretensiones que tenía en Grecia y los Balcanes, o sustituir a las tropas de Mussolini por soldados germanos. Y eso era, en la práctica, imposible», explica.

La invasión de la isla, planeada para principios de julio de 1943, era una pieza tan determinante para los esfuerzos de la guerra que los aliados escogieron a un general tan versado como Bernard Montgomery y a un contingente de la talla del 8º Ejército inglés para liderarla. Patton, por su parte, recibió el encargo de apoyar al general británico con una fuerza norteamericana que él mismo alumbró poco antes del ataque. «Es injusto que no se le recuerde por ello. Hizo una gesta organizativa espectacular como fue crear un nuevo ejército de la nada, el 7º, motorizarlo y ubicarlo en Sicilia. En ese ámbito, el de la logística, estaba a la altura de los mejores oficiales alemanes», añade.

Pero esa característica no evitaba que fuera un generan novel. Por ello se le entregó a Montgomery la misión más difícil, conquistar el este de Sicilia, y a él la más asequible, proteger el flanco oeste. «Los ingleses eran los socios más veteranos y tomaron cierto protagonismo de forma natural. Ellos fueron los que se enfrentaron a las unidades alemanas, más fogueadas, mientras que los norteamericanos lucharon contra tropas italianas que no tenían especial interés en combatir», añade Holland. En este sentido, es partidario de que los historiadores han mitificado el conflicto entre ambos. «La carrera por llegar a la ciudad de Mesina, el premio final, solo existió en la cabeza de Patton. ‘Monty’ nunca vio aquello como una competición. Es algo que se ha exagerado a través de los diarios del norteamericano», explica.

El teniente general Patton fuma un puro en una casa de Hela mientras observa el avance de las tropas norteamericanas
El teniente general Patton fuma un puro en una casa de Hela mientras observa el avance de las tropas norteamericanas – ABC

Porque lo que sí le sobraba al viejo de sangre y agallas era imaginación. Y, a cambio, le faltaba humildad. «Quería ser el primero y, luego, que Estados Unidos fuese el primero», desvela Holland. Aunque también cree que era consciente de sus limitaciones: «Fue el perfecto actor. Dio la imagen que quería al mundo. En la intimidad solía tener dudas y cambios de humor. Se esforzaba mucho en ocultar sus nervios y miedos antes de la batalla». El presentador de ‘Megaestructuras nazis’, siempre ávido de derribar falsos tótems, cree que ese es el fallo: que nos hemos quedado con la imagen que se muestra en las películas y no hemos analizado su verdadera personalidad. «No niego que fuera extravagante, y en parte me molesta porque le recordamos gracias a ello cuando hubo otros oficiales norteamericanos muchos mejores que él, pero eso es superficial», sentencia.

Lo que no se le puede negar tampoco es que esa obsesión por superar a Montgomery benefició a los Aliados y, a nivel personal, le hizo llegar a toda máquina hasta Mesina tras aplastar a todo aquel italiano que se interpuso en su camino. Parte de la conquista de Sicilia fue obra de su mente obsesiva. Esa fue la cara de la moneda. La cruz es que desobedeció órdenes y exigió demasiado a sus hombres para conseguirlo, lo que le costó ser relegado en la futura invasión de Normandía. Cosas de la competitividad.

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