26 abril, 2024
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«Pienso luego torturo»: por qué los gatos nos dan mil vueltas en el arte de vivir

Decía Pedro J. Ramírez, el de El Español.com (que no ‘.es’), que Mariano Rajoy parecía que sintiera como una especie de incomodidad respecto a su ser y estar en el mundo. Raro ataque, aunque Rajoy somos todos, en algún momento. Y, muy particularmente, si nos comparamos con los gatos, a los cuales se les odia por lo contrario según John Gray (1948), doctor en Filosofía y docente en Oxford. Odiamos a los felinos por su «aristocrático desapego» y su «sentido innato» para estar a gustísimo en su propio pellejo.

«El animal humano nunca deja de aspirar a algo que no es, con los trágicos y ridículos resultados previsibles. Los gatos no hacen ningún esfuerzo de ese tipo. La felicidad

 es un estado en el que se instalan cuando desaparecen las amenazas prácticas a su bienestar», escribe en las páginas de ABC Cultural el novelista Álvaro Pombo, que, desmadejando el nuevo libro de Gray en España, ‘Filosofía felina: los gatos y el sentido de la vida’ (ed. Sexto Piso), publicado el año pasado, explica que esta es también la misma razón por la que nos encantan. Son un faro. Un ejemplo. Un misterio.

Ramiro Calle ha dedicado su vida al autoconocimiento. En sus clases de yoga en el madrileño centro Shadak responde diariamente a las dudas existenciales de sus alumnos. Ha estudiado a Buda, a Lao-Tse, a Krisnhamurti, a Jesús, a Confucio, a Zaratustra, a Nyanaponika Thera. Y dice de su gato Émile: «Es un maestro. Es el que más me quiere porque no me juzga. Come y duerme cuando es necesario, cuando es oportuno toma el sol sin excederse. Hace relajación profunda y distribuye muy bien su tiempo. Sabe disfrutar con las pequeñas cosas y sabe estar solo y acompañado. Hay que añadir su ausencia de rencor, su benevolencia cuando no le dejo en paz o su contagiosa ternura. Su habilidad para la concentración es tal que parece quedarse absorto en samadhi». Y termina: «Por mucho que lo intento, no logro entrar en su misterioso cerebro. Pero cuando me miran sus ojos dorados parecen decirme lo que quizá es lo más esencial que aprendo de Émile todos los días: que el pensamiento es insuficiente y que en el corazón es donde se hallan las verdaderas respuestas».

Ante el apunte peyorativo de que los mininos son animales irracionales, Gray opina que su falta de razonamiento abstracto es algo positivo y un símbolo de libertad: «Si pudieran entenderla, la filosofía no tendría nada que enseñarles», dice. En este ensayo cuenta como Rene Descartes, efigie de la Razón, arrojó un gato por la ventana para demostrar la ausencia de sintiencia consciente en los no-humanos. Aceptando la doctrina cristiana del momento, que negaba el alma a los animales, sus experimentos empíricos pretendían demostrar que eran máquinas insensibles y sus aterrados chillidos solo reacciones mecánicas. «Lo que estos experimentos evidenciaron es que los humanos pueden ser más irreflexivos que ningún otro animal», escribe Gray, que añade: «La ciencia perfecciona las crueldades de la religión».

Del odio al amor

Aunque los vídeos de gatetes vivan una época dorada en internet, o estén literariamente de moda (‘Cartas memorables: gatos’, ‘La vida secreta de los gatos’, de Marta Sanz, ‘El gran libro de los gatos’ compilado por Blackie Books, etc. Incluso hay editoriales especializadas como Lata de Sal), no siempre les quisimos. Antes de que las miras se volvieran contra el temible pangolín, se les demonizó acusándoles de contaminar el medio ambiente y de propagar infecciones. Aunque el odio viene de lejos. En Francia, en la Edad Moderna, se les asociaba al Diablo, y muchas festividades religiosas acababan quemando un gato en una hoguera o tirándolos de un tejado. En París era costumbre quemar una cesta con gatos vivos suspendidos en lo alto. También se les enterraba vivos en las casas nuevas porque daba suerte. En otras ciudades, les prendían fuego para perseguirles mientras ardían. Y en Alemania los chillidos de los gatos legaron incluso una palabra: katzenmusik. Allí los carnavales solían culminar con un remedo de juicio en el que se les apaleaba hasta dejarlos moribundos y luego los colgaban provocando el jolgorio del pueblo.

John Gray – ABC

Envidia, dice Gray, porque demasiadas personas llevan vidas de reprimido sufrimiento. «Por supuesto, muchos otros animales han sufrido la crueldad humana. Pero algunos humanos parecen odiar a los gatos porque son naturalmente felices, al igual que odian a otros humanos que son felices por naturaleza. Es peligroso ser feliz entre los humanos», nos responde. En este libro, también de crecimiento personal, se sostiene que, al contrario que los gatos, los humanos intentan lograr la felicidad huyendo de sí mismos. ¿Es una buena estrategia? «Para muchos humanos vivir de ilusiones es la única manera de traer felicidad. Al mismo tiempo es peligroso, ya que significa evitar la realidad (gente hostil, dictadores, cambio climático)… Los humanos quieren escapar de sí mismos más de lo que quieren escapar de la muerte».

Lección gatuna: «No busques sentido a la vida»

A diferencia de los chimpancés y los gorilas, los felinos no producen especímenes alfa gatunos, carecen de líderes. Cuando es necesario, cooperan. Pero no se fusionan en grupos. Ni obedecen ni veneran a las personas que les acogen en co-living. ¿Políticamente serían anarquistas? «No, porque no confían fácilmente en otros, ya sean gatos o humanos. No serían liberales tampoco porque aceptan la necesidad de poder. Una filosofía-política felina, si existiera, sería el Realismo. Pero, en el fondo, a los gatos no les interesa la política. Para ellos, cualquier implicación política sería un tiempo desperdiciado. Prefieren dormir y jugar». ¡Como Messi!

Gray afirma que «el gran fracaso del racionalismo es creer que los humanos pueden vivir aplicando una teoría». ¿Qué recomienda? «A veces tenemos que confiar en teorías, como en la pandemia. Las estadísticas y la epidemiología muestran que uno estará más seguro si está completamente vacunado. Aquí la ciencia debería ser tu guía. Sin embargo, gran parte de la vida es arte. Si quieres saber cómo hacer política, observe a un hábil político en acción. Si quieres ser un poeta, lee y escucha poesía. Si quieres saber amar sin sufrir, pregúntale a alguien que ha amado: ellos te dirán lo que nadie sabe». ¿Qué podemos aprender de los gatos? «No busques sentido a la vida. Disfruta tus días como vienen y soporta tus dolores como precio de estar vivo».

La entrada «Pienso luego torturo»: por qué los gatos nos dan mil vueltas en el arte de vivir se publicó primero en Cultural Cava.

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