18 abril, 2024
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Rafael Otegui: “El universo mínimo esconde mucha belleza, una belleza cercana y real”

Como si conectara al mismo tiempo lugares, épocas y escenas de una biografía, en “Demoras en la General Paz” (Caleta Olivia) el escritor y poeta Rafael Otegui edifica una poética de las pequeñas cosas y entonces los poemas de una escena en la cocina, una mudanza o una ducha por la mañana ponen a dialogar lo más coloquial con lo lírico.

“Me gusta pensar que las mejores epifanías son las domésticas. Hay cuestiones cotidianas, congeladas en la dinámica de los días, que de pronto reciben una luz nueva y se resignifican. Se iluminan internamente, se retroiluminan”, define el autor durante la entrevista con Télam en la que cuenta por qué lo interpelan la calle, la casa y los objetos cotidianos.

Otegui (1978) nació en Buenos Aires, creció en Neuquén y es sociólogo y periodista. Coordina talleres de escritura creativa y, desde 2017, integra el dúo musical “Pensé que era viernes” junto al escritor Pedro Mairal. “Demoras en la General Paz”, su tercer libro de poesía, alcanzó la segunda edición a los pocos días de ser publicado.

“Hay algo profundamente argentino en este libro. La sensación de espacio, de separación, la planicie silenciada. Porque, aunque se narre la Capital y una ciudad de provincia, se siente en medio esa ausencia gigante, la distancia que nos separa del pasado. Esa voz que, hace mil kilómetros, tuvo otra vida”, define Mairal sobre la poesía de su coequiper desde la contratapa del libro.

-Télam: Desde el título, pero también con las primeras citas -del poeta peruano José Watanabe y del chileno Alejandro Zambra- el libro pareciera aglutinar movimientos. ¿Es así?

-Rafael Otegui: El movimiento y el cambio atraviesan el libro, sí. Muchos poemas tienen como telón de fondo el pasaje de la provincia a la ciudad, pero también el tránsito de los 30 a los 40, el cambio de década. La General Paz funciona como una especie de medianera existencial, intenta ser una metáfora de la mediana edad y de los desplazamientos tímidos, lentos, que produce el paso del tiempo. Con el título buscaba algo que uniera esos dos mundos, el pasado en el interior y el presente en el centro, y también el cambio generacional. Está tomado de esos micro radiales sobre el estado del tránsito, de esos noteros que hablan desde el lugar de los hechos para decirte, básicamente, que fue una mala idea subirte a la General Paz porque otra vez está colapsada. Además me gustaba cómo sonaba: hay algo en el registro periodístico que, puesto en otro contexto, me resulta muy poético.

-T.: El libro estuvo varias semanas entre los más vendidos en algunas librerías y en poco tiempo salió una segunda edición. ¿Es un momento especial para escribir y leer poesía?

-R.O.: No tengo una respuesta muy clara, pero me impactó lo que vi en la Feria de Editores y en otros eventos del interior en relación con eso. Siento que hay una comunidad cada vez más extensa de lectores de poesía, y que la literatura independiente en general está en un momento muy vital, más allá de las dificultades por las que atraviesa el sector. Creo que la escena independiente es un espacio muy fértil, con proyectos nuevos y audaces, y creo que eso es un gesto muy nuestro: insistir en escribir y publicar, aunque el contexto apriete, aunque todo parezca jugar en contra.

-T.: ¿Cómo es que un sociólogo termina escribiendo poesía? ¿Qué pasó en el camino?

-R.O.: Me recibí de sociólogo, trabajé como periodista durante varios años y un día empecé a darle más espacio a dos vocaciones que estaban medio ocultas, dormidas: la literatura y la música. De forma orgánica, poco a poco, me fui volcando a la escritura y a la canción. Parece un lugar común, pero creo que la fuerza del deseo fue torciendo el camino. O enderezando. Esa es la otra General Paz que creo que tenía que cruzar: reconciliarme con el deseo, habilitarlo, dejarlo tomar el control. Lo que vino es un poco producto de ese sinceramiento, creo. Después están los amigos y las amigas que te dicen que sí, que hay algo ahí. Que lo hagas. Los grupos son grandes catalizadores vocacionales.

-T.: Los poemas de “Demoras en General Paz” tienen un registro de lo cotidiano, no se les escapa el día a día. ¿Cómo edificás una poética de esas pequeñas cosas?

-R.O.: Me gusta pensar que las mejores epifanías son las domésticas. Hay cuestiones cotidianas, congeladas en la dinámica de los días, que de pronto reciben una luz nueva y se resignifican. Se iluminan internamente, se retroiluminan. La calle, la casa, los objetos cotidianos: todo ese universo endogámico y mínimo esconde mucha belleza, una belleza cercana y real, a veces imperceptible. De ahí surge la poética que en este momento me interesa: una poética cercana a la narrativa, que cuenta historias y trabaja con materiales sucios. En la vereda de enfrente, creo, hay una poesía para poetas, una poesía de sensibilidad profesional y de lenguaje técnico, como decía Gombrowicz, que me interesa menos. Igual, no creo en las veredas poéticas.

-T.: El libro iba a salir antes de la pandemia y se postergó. La pandemia cambió el mundo. ¿Cambió a esos poemas que esperaban su publicación?

-R.O.: El libro estaba cerrado, pero algunos poemas siguieron moviéndose durante la pandemia, sí. Fueron modificaciones menores, sin embargo: saqué algún que otro poema, edité un par de versos, cambié dos o tres palabras. El resto quedó igual, esperando su momento. La pandemia sólo demoró las cosas, no aportó nada significativo en términos poéticos.

-T.: ¿Cómo dialogan tu trabajo al frente de varios talleres de escritura y el oficio de escritor?

-R.O.: Creo que son tareas que dialogan bastante bien. Quizá compiten en tiempo y energía, pero el contacto con la producción de otros siempre es un insumo valioso para la propia escritura. El trabajo grupal, además, ilumina zonas oscuras, te permite ver qué recursos funcionan mejor, qué formas de decir son más interesantes. Siempre fui a talleres literarios y creo que los textos propios mejoran mucho cuando transitan por otras cabezas, por otras sensibilidades. La figura del genio solitario encerrado en su sótano me parece un cliché, una romantización de la soledad. Empecé dando talleres en 2017 a instancias de Santiago Llach, y este año lanzamos una escuela de escritura creativa: en los grupos se ve muy claro cómo la dinámica colectiva deriva en algo más virtuoso.

-T.: “Pensé que era Viernes” es el dúo que integrás junto a Pedro Mairal. ¿De qué está hecha esa “tercera presencia” que sentís que aparece cuando tocan juntos?

-R.O.: “Pensé que era viernes” surgió un jueves en la cocina de casa. Pedro había subido a Twitter unas décimas dedicadas al Guernica, el cuadro de Picasso, que yo tomé y traté de musicalizar, y entonces decidimos encontrarnos un día a zapar, a jugar con las guitarras. Veníamos de recorridos parecidos: los dos autodidactas, con niveles musicales parejos, escuchando cosas parecidas. Y ese día en la cocina de casa las voces se encontraron y apareció algo nuevo: la armonía. La tercera presencia. De pronto había algo más que la suma de las partes: había otra persona en el aire. Entonces nos colgamos jugando con eso, buscando armonías, convencidos de que era viernes. De ese estado de alienación feliz que produce la música viene el nombre. Después empezaron a surgir canciones y la cosa fue tomando un rumbo: primeras presentaciones en vivo, primeras grabaciones, visitas a programas de radio, etc. La pandemia frenó todo. Pero hace unas semanas, después de casi dos años de no ensayar juntos, nos volvimos a juntar: las canciones estaban ahí, dóciles, más a mano de lo que pensábamos. Ahora estamos retomando las grabaciones y esperamos subir un par de temas nuevos antes de que termine el año.

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