1 mayo, 2024
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Represión y odio al clero: 15.000 testimonios desvelan la brutalidad del Frente Popular en la Guerra Civil

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Aquel día de 1936 fue menos tranquilo de lo habitual en la madrileña calle Galileo. Al cóctel formado por el ajetreo y los dimes y diretes del millar de personas que pasaban por allí se sumaron los gritos airados de los vecinos. La muchedumbre quería evitar que los milicianos frentepopulistas detuvieran a un cura y a su sobrina para darles el ‘paseo’ de rigor; triste eufemismo para enmascarar los fusilamientos. La tensión creció hasta tal punto que cogieron a sus presas, las subieron a un coche y salieron a escape. «Tenían tanto miedo a ser linchados que no vieron el camión que venía por la calle Alberto Aguilera y se estamparon contra él. Acabaron malheridos, pero, gracias a ello, los reos lograron escapar de la muerte».

El que narra este episodio es el periodista y escritor Pedro Corral. Lo hace mientras camina por la Carrera de San Jerónimo. El calor aprieta y ya huele a verano, pero las calles de la capital siguen igual de concurridas. Durante el trayecto cuenta los portales por los que pasa; cada uno, testigo de mil historias de la Guerra Civil como la que acaba de explicar. Bien lo sabe, pues los porteros, esos personajes obviados de nuestro pasado más castizo, son el pilar en torno al que gira su nuevo ensayo: ‘Vecinos de sangre’ (La Esfera de los Libros). Sus testimonios, escondidos en los archivos, le han permitido derrumbar los mitos más extendidos del conflicto. Algunos, como el que afirma que la sociedad estaba polarizada hasta el extremo. Aquel cura podría dar fe de la falacia…

Desempolvar el pasado

Corral, autor de fondo en lo que a Guerra Civil se refiere, se traslada con esta obra a cada barrio, a cada calle y a cada casa de la capital recién tomada por el bando sublevado. «Tras conquistar Madrid en marzo de 1939, un edicto obligó a los porteros y a algunos vecinos a responder a un cuestionario. Era una declaración jurada de lo que había pasado durante la etapa republicana», sentencia, tras tomar asiento en la taberna del mismo Ateneo que pisaron personajes del calado de Manuel Azaña. Un café después confirma que, durante la pandemia, revisó más de 15.000 de estos informes. La mayoría, escondidos bajo el polvo del olvido. «Me han permitido escuchar voces de personajes anónimos, esos que escriben la Historia con mayúsculas desde la historia con minúsculas», completa.

Pedro Corral
Pedro Corral – ABC (Isabel Permuy)

Nunca ha sido de alardear, pero Corral no esconde la sonrisa al recalcar que la información hallada es casi inédita. «El problema ha sido condensar toda esa intrahistoria unamuniana en quinientas páginas», señala. Aunque ha merecido la pena para poner algo de luz sobre un conflicto visto de forma monolítica. «No hay una sola Guerra Civil, hay tantas como españoles que la vivieron y sufrieron». Con todo, resume todo ese ensayo en una frase: «En algunos edificios se reprodujo la división de los campos de batalla a través de denuncias y delaciones, pero hubo muchas casas en las que la relación de intimidad y cotidianidad hermanó a muchos inquilinos». Vecinos de los ‘hunos’ ayudando a vecinos de los ‘hotros’ durante las persecuciones.

Terror de escalera

La cruz de la moneda es que también ha desvelado episodios oscuros sobre los que la historia ha pasado de puntillas. El más llamativo, una redada contra militares retirados organizada al milímetro por el Gobierno republicano de turno: «Decenas de ellos fueron detenidos en las noches del 14, 15 y 16 de octubre de 1936. Fue la operación de búsqueda y captura más colosal de la guerra». También desfilan por sus páginas las ‘sacas’: matanzas masivas de reos de derechas extraídos por la fuerza de las prisiones. «Los testimonios dicen que la policía republicana no quería acompañar a los milicianos en los asesinatos. Por ello, los mandos hacían sorteos. Si les tocaba, no podían negarse». Eso demuestra, a su vez, que las autoridades intentaron mantener el orden constitucional hasta que fueron depuradas y sustituidas por milicianos.

Poco queda del café cargado. Sin embargo, antes de marcharse, Corral recuerda un dato más: «Otra cosa que demuestran los testimonios es que el Gobierno de Giral puso en la diana a los funcionarios públicos que consideraba desafectos al régimen exponiendo su nombre y sus apellidos en el BOE de la época, la Gazeta de Madrid». Muchos, de hecho, terminaron ‘paseados’ por las calles poco después. Es triste, pero no lo duden, nos lo ha dicho el portero…

¿Es la primera vez que se habla de la redada contra los militares retirados?

He encontrado los primeros testimonios que demuestran que hubo una gran redada durante varias noches seguidas buscando militares retirados. Fueron apresados en las noches del 14, 15 y 16 de octubre de 1936. Siempre hemos dado por hecho que los presos habían sido detenidos de forma casual, que se iban rellenando las cárceles sin lógica alguna con desafectos. Y no. Hubo una operación planificada y ordenada por el Ministerio de Gobernación, con la DGS como ejecutante, con centenares de milicianos, policías y guardias de asalto peinando Madrid casa por casa. Es cierto que Jesús Galíndez, el delegado del Gobierno vasco en Madrid, lo mencionó, pero no había más información. Fue la operación de búsqueda y captura más grande de toda la Guerra Civil.

¿Existe algún otro tópico extendido durante la Guerra Civil que desmonte en su obra?

La responsabilidad del Gobierno republicano en la represión de Madrid. Aunque los grandes historiadores no tienen dudas de que se institucionalizó, hasta ahora escaseaban los testimonios. Al final, tuvieron que cabalgar el tigre de esas milicias a las que dieron autoridad y armas, pero lo hicieron regulando sus terribles prácticas. Un ejemplo es que se crearon checas gubernamentales que regularon los ‘trabajos de limpieza de retaguardia’ que estaban llevando a cabo las milicias.

Afirma que el Gobierno republicano se cebó con el clero…

Cerraron los edificios religiosos bajo la sospecha de que los sacerdotes habían colaborado con el golpe de Estado. Lo hicieron amparados por un decreto que cargaba contra aquellos que hubieran colaborado incluso elevando preces. Y eso es intangible. Así extendieron las sospechas hasta las monjas de clausura. ¿Podían probar ellas que no habían rezado? Pusieron a todos en la diana. Les dejas a la albur de la violencia que se daba en las calles de Madrid. Los religiosos se escondieron, se metieron en pensiones… Fue una temeridad.

Habla del tópico de los porteros durante el franquismo…

Se ha mantenido el tópico manejado por los franquistas que afirma que los porteros eran cómplices de la barbarie roja porque eran unos delatores embriagados del odio de clase. Lo que he encontrado es que hay más porteros asesinados durante la represión frentepopulista que los que ejecutaron los sublevados después de la guerra. Seguramente pasó por defender a vecinos considerados desafectos; por protegerles.

También he descubierto que los porteros, desde una ley del año 1934, eran auxiliares de la policía gubernativa. Estaban obligados por ley a colaborar con las autoridades. En este caso con las milicias investidas como autoridad por el Gobierno republicano. Su papel de importancia en las denuncias venía impuesto por ley. Algunos delataron a conciencia a sus vecinos, de eso no hay duda, pero para la mayoría era una obligación legal.

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