24 abril, 2024
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Tragos largos y relatos breves para reencontrarse con Cervantes, Jane Austen y Aristófanes

Barcelona Actualizado: Guardar

Carolina Durante y Mujeres querían un salón y cien mil vasos, Josele Santiago que hiciese daño el agua y no el licor, y Gonzalo Torné… Bueno, Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) lo que quiere es escribir en cafeterías rodeado de gente (durante el confinamiento, asegura, su productividad se frenó en seco) y evocar a través de la literatura siglos de brindis con solera, conversaciones que avanzan haciendo eses entre copas, y personajes nacidos del fondo de la botella. Tragos largos en formato breve para recuperar el tiempo perdido y los abrazos hurtados y sepultar bajo el peso de la historia, bajo la siempre imponente presencia de Cervantes, Jane Austen, Rimbaud, Emilia Pardo Bazán, Aristófanes, Larra, Carson McCullers o Valle-Inclán, entre muchos otros, casi dos años de distancia social, burbujas de convivencia y contacto casi proscrito.

«Al pasar un tiempo confinamos hemos sido conscientes de las cosas que hacemos en espacios aparentemente no culturales como puede ser un bar, una cafetería o una bodega», explica Torné. «Y si alguien tiene algún amigo marqués, podríamos hablar también de salones comedor palaciegos», añade con sorna.

Cubierta del libro
Cubierta del libro – ABC

Como no es el caso, mejor dejarse caer por La Posada del Chorro de ‘Moby Dick’, ‘El café’ de Larra, la Taberna de Pica Lagartos de ‘Luces de Bohemia’, el ágora de ‘Lisístrata’, la taberna verde de Rimbaud, la venta que Don Quijote y Sancho confunde con un castillo, la sala de la rectoral de ‘Los pazos de Ulloa’, la hospedería de Enrique IV y demás escenarios, achispados y espirituosos casi todos ellos, que conviven en ‘Allí donde nos encontramos’, (Temas de Hoy), antología de textos clásicos y modernos agavillados por Torné y hermanados por la reunión y el arrejuntarse dentro y fuera de los libros. Un convite para el reencuentro a múltiples bandas (con los otros, con los libros y con nosotros mismos) que llega, si los rebrotes y las mutaciones no lo impiden, en el momento más o menos justo.

«Hay cierta invitación a la alegría», reconoce Torné en la histórica Bodega d’En Rafel, clásico barcelonés que, según parece, podría echar el cierre en breve. Al compilador le contemplan una veintena de fantasmas literarios y, a lado y lado de la mesa, dos de los tres autores vivos presentes en el libro: Anna Pacheco y Miqui Otero. El tercero, el compositor y cantante Manolo Martínez, no acaba de ver demasiado claro que la letra de ‘Acordarnos’ merezca codearse con ensayos de Gil de Biedma y poemas de Catulo, por lo que ha declinado la invitación. Será que, después de todo, la canción de Astrud habla de paraísos perdidos y persianas cerradas para siempre y aquí de lo se trata es de celebrar el equilibrismo en barra fija y, ya puestos, cantar a coro con los piratas de ‘La isla del tesoro’, otro de los libros aquí despiezados.

«En estos tiempos de audios de Whatsapp y conversaciones diferidas, el bar es lo que nos permite encontrarnos en un mismo lugar y momento», asegura Pacheco, observadora vocacional de la vida de tasca y la gimnasia de bar y autora aquí de ‘Los saludos’. «Del bar me gusta ver cómo se desintegran algunas personas y cómo se le ven los abismos, las tristezas y las alegrías», añade la autora de ‘Listas, guapas, limpias’. A Miqui Otero, que contribuye al conjunto con ‘A ver si nos vemos’ , también le seduce la idea del bar como escenario y circo de múltiples pistas, pero hay más. Mucho más. «Nos hemos dado cuenta del papel que jugaban los bares cuando desaparecieron durante meses. Todos estamos de acuerdo es que son importantes. Son parlamentos alternativos, un confesionario, una familia adoptiva y un escenario», destaca el autor de ‘Simón’.

De trago en trago, corremos el riesgo de confundir ‘Allí donde nos encontramos’ como una recopilación de narraciones etílicas y versos con excedente de graduación, y aunque algo de eso hay, la treintena de textos aquí reunidos admite lecturas tan variadas como la del reencuentro con los clásicos («sabía que Cervantes tenía muchas escenas de posada, pero no recordaba prácticamente ninguna», ilustra Torné), la huella femenina en un entorno, el del bar y la bodega, hasta no hace mucho eminentemente masculino, o la propia naturaleza de la lectura. «A diferencia de bailar o ir al cine, la lectura es aparentemente un acto de aislamiento pero, por otro lado. pocas actividades tienen tanto retorno social como la lectura. Además, alrededor del libro hay una ingente actividad social», señala Torné. Alrededor y, cómo no, también en sus propias entrañas, donde los personajes de ‘Incierta gloria’ ‘El Castillo’ ‘Don Quijote de la Mancha’ ejercen de «extras de los lectores»; de embajadores literarios en el mundo de la imaginación a los que dan ganas de invitar a un par de rondas en cuanto se cierra el libro y se abre la puerta del bar. «Los lectores necesitan horas de soledad pero no tienen porqué ser gente solitaria», sentencia Torné.

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