16 mayo, 2024
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De la guerra a la poesía: la loca vida de Basil Bunting

La vida es absurda, pero unas más que otras. Basil Bunting nació en 1900 y murió en 1985, y entre medias tuvo tiempo para ser crítico musical, espía, cronista político, estudiante de la London School of Economics, asistente de Ford Madox Fox, objetor de conciencia en la Primera Guerra Mundial, voluntario de la RAF en la segunda, comandante del ejército británico, operador de globo, profesor, corresponsal del ‘Times’ en Irán, bohemio (esto también es una profesión) y periodista en un pequeño diario local, entre otras cosas. Exprimió la aventura por medio mundo, y en medio mundo terminó preso. En París engatusó a sus carceleros escribiendo versos para sus novias, de Rusia lo deportaron sin miramientos a su Inglaterra natal,

 y en Teherán participó en una manifestación contra sí mismo, porque era un genio. Jugó al ajedrez con Franco en Tenerife cuando ninguno de los dos era conocido, vivió en un barco varios meses y sobrevivió a múltiples intentos de asesinato. En fin, tuvo una biografía tan loca como el siglo XX, y sin embargo pasó a la historia por algo infinitamente más importante que todo esto: un poema.

A pesar de su currículum profesional, siempre se supo poeta. «La idea de trabajar para ganarse la vida era tan odiosa para él que gritaba y deliraba si alguna vez se mencionaba», dijo su primera mujer, Marian Culver, antes de que se separaran y éste se casara con una niña kurdo-armenia de catorce años… Así que Bunting gastó buena parte de su veintena rondando los círculos literarios de París y Londres, y acabó en Rapallo (Italia) con Ezra Pound, del que era su «discípulo más salvaje», según William Butler Yeats. Allí se entregó a las letras, pero su carrera no despegó. Luego llegó la guerra, tuvo cuatro hijos y viajó demasiado, olvidando sus sueños o postergándolos. En 1964 ya estaba casi retirado en su casa de Newcastle, currando a disgusto en un diario local, cuando Tom Pickard, un joven de dieciocho años, lo llamó por teléfono. Apareció una hora más tarde en su portal. «He escuchado que eres el poeta vivo más grande», le soltó. Y la llama de la creación volvió a prender.

Poco después, en 1966, Bunting publicó ‘Briggflatts‘, un largo poema que pergeñó en los viajes de ida y vuelta en tren al periódico, y que tuvo tanto éxito que le cambió la vida: volvió a viajar, pero para dar conferencias y recitales por diferentes lugares de Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Se convirtió en un ídolo para la generación Beat, que vio en él al bardo que necesitaban para confirmarse, pues Bunting era un defensor del arte oral que creía que las palabras estaban muertas hasta que alguien las pronunciaba, y además los conectaba, a Ginsberg y compañía, con el pasado más o menos remoto, con una tradición. Los críticos (Thom Gunn y Cyril Connolly, por citar algunos) auparon esta obra como la sucesora de los ‘Cantos’ de Pound y los ‘Cuatro cuartetos’ de T. S. Eliot, y lo encumbraron como la ‘nueva’ estrella del modernismo inglés. Ahora, la editorial Impronta ha decidido recuperar su gran clásico con una nueva traducción al español firmada por Emiliano Fernández Prado y Faustino Álvarez.

«En sus versos están la admiración por Spenser, Whitman y, muy particularmente, Wordsworth, y el contacto con la poesía de Dante, Villon o los clásicos persas. Pero es un poeta del siglo XX… ‘Briggflatts’ es una de las obras importantes de la generación que en los años 20 y 30 del pasado siglo transformó la poesía moderna en lengua inglesa. Aunque se haya publicado a destiempo», afirman ambos en el prólogo. En el texto aseguran que, ante todo, ‘Briggflatts’ es una suerte de autobiografía, y que de hecho ese título hace referencia al pueblo donde conoció a su primer amor, Peggy Greenbank. Y hay algo bello y valioso ahí: recorrer el mundo y vivir mil peripecias para terminar inspirado por tu infancia. Por esos paisajes de piedra y costa y lluvia…

El repaso que hace de su vida no es épico (aunque podría), sino intimista, y rompe una y otra vez la línea temporal y geográfica y tonal y métrica. «Es una autobiografía, pero no un registro de hechos», avisaba él. Hay cinco movimientos o partes en el poema: el tránsito de la infancia a la adolescencia («El gozo disminuye. La culpa / es siempre la misma»), la juventud y la bohemia literaria («juntando belleza con miseria / para parir versos que nacen muertos»), la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y su vida en Persia («Polvo que se arremolina amengua el placer»), el regreso a Inglaterra («Hemos comido y amado y ha salido el sol. / Adiós») y, por último, la contemplación del cielo y lo vivido («Titilan las estrellas. Ya he tenido suficiente»). Y de fondo, claro, está el amor, el pasar de las estaciones, pero también las expediciones vikingas o el viaje de Alejandro Magno a los límites del mundo… «Lo que Alejandro llega a conocer, tras abrirse paso a través del mundo degradado, es que el hombre es una despreciable nada y, sin embargo, puede vivir satisfecho en la humildad», explicó el propio Bunting, ya cansado de que le preguntaran una y otra vez por el significado de ‘Briggflatts’. «Se ha dicho, con bastante razón, que se llega mejor a esta obra en una segunda lectura, cuando ya se tiene en mente el conjunto», confiesan los traductores.

Hoy Bunting tiene hasta una canción dedicada de una estrella de la música, Mark Knopfler, que trabajó en el mismo periódico que él, el ‘Newcastle Evening Chronicle’. Sin embargo, sus últimos años, en otra vuelta de tuerca biográfica, por si faltara alguna, transcurrieron en medio de serias dificultades económicas y personales. Porque la poesía le dio la posteridad, pero no el dinero suficiente ni la tranquilidad necesaria. Eso también es un absurdo, como la vida.

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