26 abril, 2024
Cultura

Menos opiniones y más sombreros

Actualizado: Guardar

Hubo una época de mi vida, hasta hace no mucho tiempo, en que de vez en cuando intentaba contravenir mis aversiones culturales más instintivas y esforzarme por pertenecer a la masa. El último de esos intentos fue tratar de convertirme en un fan de Bad Bunny. Quería demostrarle a los demás, pero sobre todo a mí mismo, que yo sí entendía el fenómeno. Dediqué algunos días a escuchar el álbum YHLQMDLG, simulé un entusiasmo que no sentía y hasta recuerdo haber puesto algún tuit celebrando al «conejito». La verdad es que no entendí nada. Bad Bunny, si soy sincero, me parece un idiota. O lo más probable es que el idiota sea yo. Al menos, ahora estoy en paz con eso.

Similar opinión me merece esa corriente de cine biempensante que ha producido una serie de películas ganadoras de premios Oscar, aplaudidas con especial fervor por los intelectuales de izquierda. Filmes solidarios, cursis y aleccionadores como ‘Mad Max: Fury Road’, ‘Roma’, ‘Moonlight’ y, la más reciente, ‘Don’t look up’, de la que solo pude ver veinte minutos. Por nombrar solo las más representativas de esta especie de realismo social del siglo XXI, emergido no ya de la Rusia comunista sino de los Estados Unidos en la era del capitalismo pandémico y salvaje.

Ahora que me he aceptado a mí mismo, he aprendido no solo a no rechazar ciertos prejuicios estéticos sino, incluso, a mimarlos y alimentarlos. Las dudas que me quedaban a este respecto se evaporaron al recaer en la descripción que el narrador de ‘Anna Karénina’ hace de Stepán Arkádich Oblonski, el hermano de la bella y trágica protagonista de la novela de Tolstói:

«Stepán Arkádich recibía y leía un periódico no demasiado liberal, pero de una orientación que era la de la mayoría. Y a pesar de que, en realidad, no le interesaban la ciencia, ni el arte, ni la política, apoyaba con firmeza las opiniones que tanto la mayoría como su periódico profesaban sobre estos temas y sólo las cambiaba cuando la mayoría lo hacía, o, mejor dicho, no las cambiaba, sino que ellas mismas se cambiaban en su mente sin que él se apercibiera de ello».

El pasaje es claro como la luna. Sin embargo, lo que terminó de convencerme es algo que agrega el narrador: «Y para quien, como él, vivía en una sociedad conocida, en la que se requería cierta actividad mental por lo común a la edad madura, tener opiniones era tan indispensable como usar sombrero».

Hoy, lamentablemente, las damas y los caballeros no usan ya sombreros. Es decir, ya no existen damas ni caballeros. Tener una opinión, un buen ramillete de ellas para cada día, en cambio, sigue siendo indispensable. Gracias a los demiurgos de Silicon Valley, hoy, pobres y ricos, tenemos acceso por igual a ese enorme salón palaciego de chismes y fruslerías que son las redes sociales. Es allí donde no podemos presentarnos sin antes haber visto la última película de Sorrentino, o haber escuchado lo último de C. Tangana o compartir consejos para hacer más llevadera la tristeza programada del Blue Monday.

El antídoto no es convertirse en un Tolstói de la senectud, que al final de su vida solo estaba obsesionado con regalar sus posesiones, abandonar a su familia y convertirse en un peregrino. Es decir, no hace falta, como ya lo señalé en otra oportunidad, lanzarse al desierto off line. Es suficiente resistirse a la compulsión de transformar la cultura en una opinión de salón. Exprésese esta en forma de tuit, de post en Facebook o de reflexión con efectos animados en las stories de Instagram. Y si, a pesar de todo, estamos condenados a morir de frivolidad, caigamos al menos con un poco de gracia. Introduzcamos un poco de dandismo en nuestras conversaciones de salón, portando más sombreros y menos opiniones.

Les pongo un ejemplo. Si en lugar de enfurecerse por quién ganó el Nadal, el Planeta, el Alfaguara, el Herralde, el Vargas Llosa, el Nobel o el Booker de este año, usted se indigna porque en las grandes fiestas dionisíacas del 414 a.C a ‘Las aves’ de Aristófanes le dieron el segundo lugar, entonces usted, amigo mío, no está emitiendo una simple opinión. Usted acaba de cumplir un acto mucho más importante: usted se acaba de poner un sombrero. Alguien podría replicar que en el fondo se trata de la vieja distinción entre alta cultura y baja cultura. Y no es así. O no del todo. Otra manera de ponerse un sombrero sería evitar cualquier mención, arrebatada o sesuda, de lo último de Rosalía y, en cambio, rescatar los aportes precoces y geniales de Melody de esa obra maestra que es la canción ‘De Pata Negra’.

Vean, por poner otro ejemplo, el alboroto que se ha formado por los cien años del Ulises. Hace poco vi que Galaxia Gutenberg publicó una versión ilustrada de la centenaria obra de Joyce. Y yo me pregunto cuál es el razonamiento detrás de este despropósito. ¿Asumir que casi nadie tiene, para decirlo con Tolstói, «cierta actividad mental común a la edad madura» como para leer el Ulises? Claro, entonces hay que ponerle dibujitos. Veo que otro tanto ha hecho la editorial Lumen con algunas novelas de Virginia Woolf.

Convertir las obras de Woolf y Joyce en libros ilustrados es el equivalente a esas bicicletas para niños que vienen con dos rueditas auxiliares para estabilizar la rueda trasera. Es una etapa más en el desesperante proceso de infantilización al que estamos siendo sometidos. Me puedo imaginar perfectamente las espantosas fotos navideñas que nos esperan al final de este año: una familia uniformada con esas ridículas pijamas para adultos que también se han puesto de moda, leyendo todos juntos (es un decir) el Ulises al calor de una chimenea.

De manera que a Joyce y a Proust (porque a Vallejo y a Eliot, que también están de aniversario, ni los nombran) los volveré a leer a partir de 2023. Este año solo aspiro a que el meteorito que debería estar por caer me agarre leyendo a mi amado conde Lev Tolstói.

Ver los comentarios

La entrada Menos opiniones y más sombreros se publicó primero en Cultural Cava.

Related posts

La Secretaría de Cultura municipal acompañó el Festival Austral Crea Eco 2022

Noticias al Momento

Tina Modotti y Frida Kahlo: apasionadas, revolucionarias y libres

Noticias al Momento

La misteriosa biografía de la Baronesa de Wilson: la Carmen Balcells olvidada del siglo XIX

Noticias al Momento