6 diciembre, 2024
Sociedad

Ni lobos ni Caperucitas: otras formas de hacerse cargo

Por: Sabrina Cartabia Groba

Arte: Alina Najlis

La denuncia que realizó una mujer por hechos de violencia por razones de género (VRG) contra el jugador de fútbol de Boca Sebastián Villa Cano vuelve a poner en el ojo de la conversación pública un debate: ¿cómo deben abordar las instituciones este tipo de hechos?

Por un lado, la exigencia recae sobre el poder judicial en torno al uso del derecho penal. Por otro, sobre qué debe hacer una institución social y deportiva -como  un club de primera división- cuando un miembro de su plantel enfrenta una denuncia por violencia (que además no es la primera). Las respuestas que se exigen a estas dos instituciones tienen objetivos diferentes pero replican el mismo espíritu. Los protocolos y herramientas que se proponen para actuar en paralelo a la administración de justicia penal coinciden con un objetivo: castigar. 

Más allá del indudable deber del Estado -encarnado en esta instancia en la UFI N°3 de Esteban Echeverria- de investigar, para sancionar los hechos denunciados, y apoyar y proteger a las mujeres que transitan violencias, este caso invita a pensar cómo recorrer otros caminos, qué actuaciones podría habilitar una institución cuyo objeto principal no es castigar.

¿Podemos evitar la repetición continua de propuestas punitivas? ¿Qué otras formas de toma de conciencia existen que nos permitan operar el cambio cultural? ¿Qué conversación diferente puede abrirse en una institución social y deportiva que cuenta con múltiples recursos y con una llegada masiva a un público masculino? ¿Cómo creamos formas de abordaje de los conflictos orientados a la transformación, la responsabilidad, la reparación y la prevención?

Este es un intento de mirar a los ojos al desborde punitivo que a veces nos gobierna la imaginación, y ofrecerle una alternativa aún frente a un caso donde sobran las provocaciones para hacernos enojar mucho. Ya no tiene sentido repetir en todos los ámbitos de interacción social la misma dinámica del derecho penal que revictimiza y nos deja siempre con sabor amargo pero no previene, no repara ni transforma nada ni a nadie.

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Hoy hablamos de un jugador de Boca, pero no es el primero ni será el último. Vemos repetirse esta situación desde hace años, bailando al compás de la sirena del patrullero. La reacción rápida en las redes sociales nos vuelve a proponer la salida punitiva y con la reticencia del otro lado a tomar responsabilidad sobre lo ocurrido.

Una vez más, la conversación social se reitera. Nos agolpamos frente a las puertas del laberinto. Esperamos que las instituciones, aun aquellas que tienen la oportunidad de explorar y desarrollar otras herramientas de abordaje, resuelvan el conflicto a través de una sanción (habitualmente suspensión o expulsión).

Por momentos, esa parece la única salida. Sin embargo, con procesos penales en marcha se abre una ventana de oportunidad para pensar qué otro abordaje puede realizar un club de fútbol. Evitando los extremos, que la institución ni apañe ni castigue pero que se haga cargo promoviendo la responsabilidad tanto institucional como individual. 

Ya han escrito tanto sobre el fracaso de la institución carcelaria referentes como Angela Davis en Estados Unidos o las abogadas feministas Haydee Birgin e Ileana Arduino en Argentina. Una de las instituciones más patriarcales del Estado, donde las personas reciben tratos crueles, inhumanos y degradantes, son golpeadas y abusadas, no puede ser la salida a la violencia por razones de género. O al menos no tiene por qué ser la única salida.

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Conocemos los límites y la ineficacia de las salidas punitivas para resolver el conflicto social existente. Por eso tenemos el derecho a pensar sobre qué otras grietas tejer estrategias. Una institución deportiva que tiene llegada a una inmensa cantidad de varones y recursos suficientes (como un presupuesto anual de 7 mil millones de pesos y que proyecta un superávit 124 millones de pesos para 2022) es terreno fértil para desarrollar otra manera de hacerse cargo que no sea únicamente el castigo.

La masculinidad exacerbada es un factor de riesgo tanto para los varones como para quienes se vinculan con ellos. Es difícil de alcanzar y fácil de perder. Se ve amenazada todo el tiempo y se moldea a través del contacto con experiencias violentas que generan traumas y sufrimiento que no suelen encontrar vías de canalización. Provocan reacciones dañinas como consumos problemáticos, accidentes de tránsito, peleas callejeras, violencia por razones de género, entre otras.

Un varón que comete actos de violencia no es una isla. Es un sujeto integrado a un cuerpo social que está dañado. Toda la sociedad puede elegir ser parte de la solución. Sé que a veces es difícil abrir este tema a los varones; la masculinidad exacerbada no es más que el disfraz que adopta un sujeto lleno de vulnerabilidad. El lobo defiende con violencia su estatus amenazado para no enfrentarse con una realidad desafiante: él también es caperucita. Y cuanta mayor es la resistencia a reconocer la propia condición humana de vulnerabilidad más crueles serán los vínculos. ¿Ese mundo queremos?

Muchas veces, los varones que quedan fijados en posturas obstinadas, las sostienen a través de procesos sociales complejos. La trama se teje con participación de instituciones, vínculos familiares, amigos, otras parejas y profesionales del derecho que creen que apoyar a un varón, cuando este tipo de hechos salen a la luz, es intentar contrarrestar el relato restándole relevancia, dilapidando a la denunciante y apañando con fuertes gestos simbólicos a quien deberíamos traer a la reflexión. Así, el problema se agrava y se pierden oportunidades para frenar la escalada de violencia.

La complejidad del problema es tal que las herramientas de castigo son inútiles. El desafío es trabajar con la persona desde otro ángulo y colocar un límite que acompañe. Que reconozca que la división público-privado es una ficción y que se encargue de facilitar y conducir una reflexión individual y grupal para prevenir nuevos hechos, con el impacto colectivo que puede tener este proceso de realizarse en uno de los clubes de fútbol más importantes del mundo.

El núcleo de este dispositivo debe estar en la transformación, no en el señalamiento. Debe reconocer que quien comete actos de violencia tiene un problema que debe ser abordado y no es un monstruo a excluir, más allá del resultado que tenga el proceso penal que impondrá la exclusión por el eventual resultado de privación de la libertad. Porque la falla es sistémica, aunque toma las vidas de determinados individuos con los que debemos trabajar.

Una experiencia relacionada con la implementación de este tipo de dispositivos existe en el Estado Bonaerense. La Dirección de Promoción de Masculinidades para la Igualdad, dentro del Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, por ejemplo, lanzó una línea telefónica para la atención y derivación de varones: la Línea Hablemos (0221-602 4003) funciona en el marco del Servicio de Atención a la Comunidad del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de La Plata, también cuenta con espacios presenciales. Hay otras experiencias similares en Córdoba, Neuquén y Santa Fe.

Estos dispositivos deben estar formados por equipos especializados que movilicen un proceso reflexivo individual y que, por ejemplo, puede culminar en un ofrecimiento de apoyo económico social relevante utilizado en la promoción de la igualdad de géneros a través del deporte. El otro enfoque posible es el preventivo a nivel grupal. De esta manera la institución podrá apagar incendios antes de que lleguen a extremos irreversibles. Es una oportunidad de escuchar y contener a estos varones con responsabilidad.

La apertura, el apoyo y la validación de espacios de masculinidades es una pieza clave para abrir nuevas salidas para tramitar el conflicto. Habilita el diálogo que el proceso penal obtura y permite interpelarnos para delinear, en forma conjunta, la salida del atasco en el que estamos. Tomar responsabilidad sobre la construcción de esta subjetividad y hacer el intento acompañado de que el lobo pueda regresar a la forma humana.

Hacerse cargo es un mandato ético y legal para la institución deportiva, pero también existen importantes razones de negocio que deben ponerse sobre la mesa. Al no trabajar en forma consciente para desescalar y prevenir violencias, lo más probable es que los problemas se agraven y aumenten las chances de la pérdida de libertad. En el caso Villa esto se ve con claridad. Boca perdió la oportunidad después de la primera denuncia. Ahora podría perder a un jugador en el cual invirtió mucho dinero porque enfrentará una pena privativa de la libertad. Esto afecta la posibilidad de venta y no habrá gesto simbólico de apoyo que pueda revertir la situación.

Esta no es la batalla de los sexos, es la revolución de los géneros. Nuestro objetivo es dejar de reproducir lobos y caperucitas para dar paso a formas sanas de vinculación sexoafectiva, donde la intimidad sea un lugar de disfrute y crecimiento y no de repetición de escenas cargadas de trauma y violencia.

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