29 abril, 2024
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“Espero volverme cada vez más austera no sólo en mi escritura sino en mi vida”

“Mi padre eligió quedarse en esta tierra por mi mamá, y otros motivos. Los busco.

Una vez me dijo que se había quedado por el puente que está frente a la Facultad de Derecho en la avenida Figueroa Alcorta, y porque en un bosque del sur (creo que en Bariloche) los árboles que se caen no son retirados sino que se dejan para que formen parte del paisaje. Los árboles caídos también son el bosque”.

Los títulos de los últimos libros de Alejandra Kamiya despiertan curiosidad por lo filosóficos y poéticos, son frases tomadas de sus cuentos: “Los árboles caídos también son del bosque” (2015) y “El sol mueve la sombra de las cosas quietas” (2019), ambos publicados por editorial Bajo la Luna. Si bien se trata de relatos muy distintos, tanto en lo argumental como en el tono, todos comparten ser breves e intensos, con una prosa austera, precisa, con finales muchas veces inquietantes.

Leer los cuentos de Alejandra es emprender un viaje iniciático en dos sentidos; uno interior porque sus historias comparten detalles cotidianos, fotos y diálogos familiares, y también un viaje a Oriente porque encontramos las huellas de su padre japonés en esa danza de sabores con arroz, pescado fresco, espinacas con semillas de sésamo, nori y té. Japón vive en las pequeñas ceremonias, en el valor de los silencios y en una forma muy distinta a la occidental de pensar la muerte: “La idea de la muerte siempre fue muy distinta en mi casa. No era lo opuesto a la vida, sino una parte de ella”, relata Kamiya en “Partir”. En el mismo cuento hay una lista de palabras que en su casa tenían un significado distinto al que tenían afuera, como “yo, invierno, otro, sal, esfuerzo, espera, honor, abuelo, aceptar, dolor”.

La naturaleza está muy presente en los cuentos; los árboles, el bosque, los pájaros. Y también el tiempo, el viento, el rocío, las tormentas. “Cuando entra al bosque siempre siente que vuelve a algo. Aún hechos de diferentes plantas, todos los bosques son el mismo bosque”, narra Alejandra en “El pozo”.

Telam SE

Los relatos de Kamiya también son “espantosamente bellos”, como describe el padre los aviones de guerra en “Partir”. Los oxímoron abundan, ese recurso de contrapuestos que generan tensión y disparan poesía: “Y la flor, abierta como una boca que grita. Muda de sentido en su belleza”, dice en “Desayuno perfecto”. En “El último paseo” leemos: “Pero la belleza trae, como todas las cosas, inevitablemente atada a ella, su sombra”.

Las palabras, la gestualidad y los silencios se hacen tangibles; en “Arroz” cuando la protagonista dialoga con su padre, “las palabras van formando pequeños montículos que lentamente se transforman en montañas. Entre una y otra hacemos silencios largos: valles en los que pensamos como si anduviéramos”. En “La oscuridad es una intemperie” la autora narra: “Más tarde descubrí que esa sería la forma de todas nuestras conversaciones: un círculo (…) Eso dibujaban nuestras palabras al conversar”.  
En “Elefantes”, uno de los cuentos más conmovedores de su último libro “El sol mueve las cosas de las cosas quietas”, también se encuentra con su padre, y están presentes la memoria y los recuerdos que habitan a los objetos: “Había una pequeña caja de plata, un elefante de piedra, dos copas de cognac, libretas a medio escribir. Me di cuenta de que los recuerdos son el alma de las cosas. Sin mi padre todo aquello no era más que basura”. 

Kamiya crea con las palabras justas un estilo magnético y sorprendente, leerla es ingresar en un nuevo universo literario, inaugurar una mirada, redescubrir lo simple, llegar al hueso, a las raíces y conmoverse con eso.

Telam SE

– ¿Cúando empezaste a escribir? ¿Cómo fue el proceso de escritura de tus libros? 
                                                                
– Alejandra Kamiya: No tengo recuerdos de no haber escrito. Leía mucho desde muy niña y creo que las historias a las que ahora doy forma de cuentos estuvieron siempre en mí. Mis libros son entonces parte de un proceso natural: esas historias se hacen cuentos y los cuentos van formando libros. La naturalidad del proceso es importante para mí.
 
– ¿Qué experiencia te dejaron los talleres de escritura, tus maestros y quiénes te influenciaron?
 
– A.K: Creo que todos los libros que he leído han influído en mí. No sólo los libros, también las películas, otras formas de arte, conversaciones, viajes. Soy muy permeable. Empecé a hacer taller con Inés Fernández Moreno y muy pronto ella me indicó que pasara al taller del que había sido su maestro: Abelardo Castillo. Inés fue una especie de invitación amable, Castillo fue la exigencia de un compromiso, o al menos, la exigencia de tomar una decisión con respecto a ese compromiso con la literatura.
 
– Siempre mencionás tu gusto por la austeridad y la simpleza en la escritura. ¿Tus cuentos homenajean a los haikus? Vemos la naturaleza, lo fugaz y la sorpresa. 
 
– A.K: La palabra homenaje implica una intención y una conciencia que no tengo al momento de escribir. Definitivamente espero volverme cada vez más austera no sólo en mi escritura sino en mi vida. Creo que la vida y la escritura no pueden moverse en sentidos contrarios. Me interesa lo simple como forma de síntesis, estéticamente y espiritualmente. Efectivamente la naturaleza, y la fugacidad son temas centrales para mí.
 
– ¿Cómo trabajás tus relatos para llegar a esta simpleza? En cuanto a si demorás mucho para plasmar los textos y a las correcciones posteriores.
 
– A.K: Me encanta que formules la pregunta hablando de “llegar” a la simpleza. Es así como lo veo: lo simple, como síntesis, no es un lugar desde donde partir sino al cual llegar. Trabajo puliendo, quitando, como esculpiendo. Saint-Exúpery decía que un cuento está terminado no cuando ya no hay nada que agregar sino cuando ya no hay nada que quitar. En cuanto al tiempo, me es muy difícil estimarlo: cada momento contiene a todos los que lo precedieron y de algún modo a los que seguirán. Una vez escuché a un actor de teatro al que le preguntaban cuánto tiempo había tardado en lograr la caracterización de un personaje, responder que habían sido 30 años. Toda su carrera. 
 
– El entramado cultural que viviste con tu padre japonés y tu madre argentina enriquece los cuentos con recuerdos y reflexiones de la filosofía oriental. ¿Cómo fue tu trabajo con lo autobiográfico?
 
– A.K: Lo que viví es la materia prima con la que trabajo para escribir pero esto no significa que las anécdotas de los cuentos hayan ocurrido del modo en que las narro. De todos modos, a veces las cosas ocurren de un modo que encuentro tan perfecto que no cambio nada y lo escribo casi como si lo transcribiera apenas. A veces las historias me son dadas de un modo en el que intento interferir lo menos posible.
 
– La escritora Virginia Higa en su texto “Qué es ser un escritor nikkei”, donde te menciona, habla de una relación de amor no correspondido con Japón. ¿Cómo sentís esta cuestión de la identidad?
 
– A.K: De nuevo, coincidimos. Desde que leí ese artículo de Virginia Higa no dejo de citarla cada vez que me preguntan por la cuestión Nikkei. Creo que nadie lo ha dicho mejor. Se trata de un amor no correspondido. Si Beatrice hubiera amado a Dante, no habría “Divina Comedia”. El amor no correspondido es una gran fuente de material literario.
En cuanto a la segunda parte de la pregunta, creo que la construcción de identidad es un proceso profundo, que en el caso de los hijos de japoneses, como en muchos otros, presenta algunos obstáculos, y son esos mismos obstáculos los que hacen interesante el proceso.     
– Contanos acerca de tus proyectos y si estás trabajando en un nuevo libro.
 
– A.K: Estoy trabajando en varios libros más. Por lo pronto uno nuevo de cuentos (“La paciencia del agua sobre cada piedra”), uno de textos muy breves que son los que escribo cuando no puedo dormir (“Diario de insomnio”) y una novela que aún no tiene nombre. Espero poder publicar pronto alguno de ellos para poder estar de nuevo en contacto con los lectores.
 

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