27 abril, 2024
Cultura

Michel Houellebecq ataca de nuevo

El 7 de enero se pone a la venta la nueva novela de Michel Houellebecq (65 años), ‘Anéantir’ (Destruir, Aniquilar), tras cuatro semanas de marketing publicitario muy agresivo, acompañado de declaraciones truculentas sobre la Iglesia, la sexualidad de sus contemporáneos, incluso del puesto de España en la nueva geografía de la inmigración ilegal, para culminar con esta confesión: «Fundamentalmente, soy una puta: escribo para que me aplaudan; y la pasta».

Si sus primeros libros de poemas pasaron sencillamente desapercibidos, la publicación de las novelas de Houellebecq, desde 1994, está siempre acompañada de sentencias sumarísimas, cultivando el escándalo, de lo más íntimo a lo más sagrado.

La carrera literaria/novelesca de Houellebecq comenzó con un retrato feroz de su

 propia madre, Lucie Ceccaldi, que le respondió de este modo: «¿Mi hijo? ¡Un cabrón con pintas! Habla como un embustero, un impostor, un parásito».

Años más tarde, la familia y las dificultades entre esposos, padres e hijos, vuelven a estar en el corazón del nuevo relato de Houellebecq, que escribe sobre el personaje central de ‘Anéantir’: «Paul tiene cinco problemas en su vida: su esposa, su padre, su ministro, el terrorismo y la salud. Nada funciona correctamente«. ¿Qué hacer ante esa crisis? Houellebecq propone esta solución: «una felación, tarifada». Conseguida la ‘tranquilidad’, el personaje descubre que la señorita que le ha proporcionado algo parecido al ‘placer’ y la ‘paz’ en diez minutos cortos, es su propia sobrina.

La religión, las religiones, han ocupado un puesto privilegiado en las provocaciones de Houellebecq. «¿El islam? La religión más gilipollas del mundo», afirmaba, en su día, el escritor para cultivar a su clientela anti musulmana. «¿Los cristianos? Abortos del coño de María», agregaría dirigiéndose a un público ‘agnóstico’. Con motivo de la campaña de promoción de uno de sus libros, Houellebecq declaró sobre la figura central del cristianismo: «No me gusta Jesús. Intenta subvertir inútilmente la sociedad donde vive. En cierto sentido, en un revolucionario. No me gustan ese tipo de personajes».

Andando el tiempo, Houellebecq agrega: «La Iglesia católica ha iniciado un largo proceso de suicidio«. Y añade: »Solo soy creyente en el sentido de que no me me gusta un mundo sin Dios. Pero solo en ese sentido«.

Política ficción

Como es tradicional, ‘Anéantir’ cuenta una historia de ‘política ficción’. En una de sus novelas, ‘Sumisión’, Houellebecq contaba la historia de una Francia que había elegido un presidente musulmán, que era, por entonces, en tema de campaña de Marine Le Pen. La nueva novela cuenta una Francia todavía presidida por Emmanuel Macron (nunca citado expresamente) que ha dejado de estar en ‘decadencia’ (que es una de las obsesiones de su autor), caída de hinojos en el abandono nacional al ultra capitalismo, descrito de este modo: «El presidente saliente solo consiguió crear algunos empleos precarios y mal pagados, en el límite de la esclavitud, al servicio de las multinacionales incontrolables». Volviendo al recurso de la ‘anticipación’, como es tradicional: Macron prepara la campaña de 2027…

A partir de esa anécdota, Houellebecq arremete contra un interminable rosario de personajes y personajillos de los mundillos políticos y periodísticos parisinos, irreconocibles más allá de la capital francesa: presentadores de radio y televisión, ministros, consejeros del presidente… colgándoles sambenitos que oscilan entre la difamación y el oprobio: hábitos sexuales ‘muy particulares’, ‘debilidades inconfesables’. Rosario de maldades y bajezas que serán muy ‘atractivos’ para un público deseoso de ’emociones fuertes’.

En ese marco franco-parisino, España tiene ‘derecho’ a un puesto que Houellebecq describe de este modo: «Desde hacía años, las barcas cargadas de migrantes africanos con destino a Europa habían renunciado a alcanzar Sicilia, donde no podían llegar, víctimas de la marina de guerra italiana. Los traficantes se reagruparon en torno a Orán e intentaban alcanzar las costas españolas por Almería y Cartagena. El gobierno español, socialista, de nuevo, tras varias alternancias, les daban buena acogida, teniendo en cuenta que en su inmensa mayoría eran francófonos, y que su primer objetivo era cruzar la frontera lo antes posible. Los Pirineos ofrecían múltiples vías de acceso a Francia, imposibles de controlar. Esas montañas, masivas y lúgubres, impedían toda tentativa de invasión militar, pero eran permeables a las infiltraciones clandestinas. El único peligro que amenazaba a los emigrantes no venía de las autoridades, si no de las milicias locales, armadas de bates de beisbol y cuchillos. No era raro que un africano que se aventurase fuera de su campamento fuese apaleado o degollado. La policía no se apresuraba a buscar a los culpables. Y los periódicos españoles apenas trataban esos acontecimiento, ya que tal comportamiento formaba parte de sus costumbres…».

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